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Cada vez que un menor protagoniza un hecho violento, la sociedad apunta al adolescente. Pocas veces miramos más allá del acto. ¿Qué estaba ocurriendo en su casa? ¿Quién lo estaba escuchando –o ignorando– antes de que decidiera levantar la mano o empuñar un arma?
En Colombia, la ley es clara: los menores de 14 años no pueden ser penalmente responsables. Entre los 14 y 18 años, responden ante un sistema especial. Pero esa claridad legal a veces oculta una niebla moral: ¿qué pasa con los adultos que los rodean? ¿Dónde queda la responsabilidad de los padres cuando un hijo agrede, vulnera o incluso mata?
No se trata de buscar culpables a la ligera, pero tampoco de exonerar por costumbre. En la Sentencia T-027 de 2025, la Corte Constitucional fue contundente: el interés superior del menor exige que su entorno familiar sea protector, no indiferente. Cuando ese entorno falla, el Estado debe intervenir, no solo para proteger al menor, sino para exigir a los cuidadores que respondan.
Las cifras duelen. En 2023, miles de niños y adolescentes ingresaron al sistema de protección por violencia sexual. La mayoría eran niñas. Miles de casos fueron por negligencia de los adultos a cargo. Y mientras escribo esta columna, una niña más está pidiendo ayuda sin palabras.
La Procuraduría General no se quedó atrás: entre enero y agosto de 2023, registró 8.295 casos de violencia sexual contra menores. Y alertó sobre la falta de respuesta institucional ante los padres que, por omisión o permisividad, abonan el terreno para la violencia.
Esto no significa que los padres deban pagar cárcel por cada acto de sus hijos. Pero sí implica que deben rendir cuentas cuando su desinterés o negligencia resulta determinante. En la Sentencia SP 185-2025, la Corte Suprema pidió aplicar medidas diferenciadas para proteger a niños que crecen entre gritos, golpes o abandonos, muchas veces invisibles.
¿Y si dejamos de romantizar la “mano dura” y empezamos a hablar de presencia real, escucha activa, límites con amor? ¿Y si, en lugar de sancionar al final, prevenimos desde el principio?
Educar no es delegable. La violencia juvenil no nace sola: casi siempre crece en silencio, en casas donde hay ruido, pero no conversación. Y por eso, más que castigar, urge acompañar. A los adolescentes, sí. Pero sobre todo, a sus padres.
Cristian Alberto Garzón Dorado, Manizales
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