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En una jornada histórica, Bernardo Arévalo y su fórmula vicepresidencial, Karin Herrera, ganaron las elecciones presidenciales en Guatemala con un 58 % de los votos, superando ampliamente a su rival, Sandra Torres, que logró el 37 %. La victoria de Arévalo es histórica porque Guatemala lleva cuatro períodos presidenciales que han estado sumidos en la corrupción, y la verdad es que nadie esperaba que la candidatura del partido Semilla lograra la Presidencia.
Antes de la primera vuelta, el movimiento Semilla solo tenía un 3 % de intención de voto y quienes punteaban en las encuestas eran Torres, del partido UNE, y Zury Ríos, hija del dictador y genocida Efraín Ríos Montt. La última década en Guatemala ha estado marcada por persecución política contra jueces, fiscales y periodistas, muchos de ellos hoy encarcelados o en el exilio. Sin embargo, sorpresivamente, Arévalo se coló en el balotaje como el segundo candidato más votado; esto generó en todo el país una sensación de esperanza en muchos grupos sociales, como las comunidades indígenas, las feministas, la población LGBTIQ+ y los jóvenes, que se movilizaron durante un mes para alcanzar esta victoria.
El tiempo entre la primera y la segunda vuelta estuvo lleno de incertidumbre: Semilla tenía varios opositores importantes en las instituciones: por un lado, el Tribunal Supremo Electoral emprendió una persecución directa contra el partido y varios medios como Con Criterio y The New York Times reportaron sobornos a sus magistrados para truncar su carrera electoral. Por otro lado, el fiscal Rafael Curruchiche abrió una serie de investigaciones con el objetivo de quitarle la personería jurídica al partido, que solo se salvó porque la Corte de Constitucionalidad y la Corte Suprema de Justicia le otorgaron amparos provisionales para poder llegar a la segunda vuelta. Además, la candidata Torres emprendió una agresiva campaña de desinformación, afirmando que Semilla buscaba legalizar las drogas, el aborto y el matrimonio igualitario, puntos controversiales en un país extremadamente conservador como Guatemala. Pero estos ataques solo lograron alertar a la ciudadanía, que comenzó una movilización espontánea para apoyar a Arévalo, y decenas de personas se ofrecieron como fiscales voluntarios para garantizar la idoneidad de la elección.
La mañana del domingo pasado presagiaba la derrota de Torres, que asistió a los comicios rodeada de algunos seguidores que se sentían molestos y hostiles hacia la prensa. Uno de los momentos más bajos de su campaña llegó en el evento de cierre, cuando la candidata afirmó: “Nos han dicho que el partido Semilla son solo pensantes y que nosotros somos ignorantes, así nos han dicho, pues la ignorancia es la riqueza de la cultura de nuestro pueblo”. En contraste, Semilla contaba con Arévalo, que es sociólogo y filósofo, y con una fórmula vicepresidencial, Karin Herrera, conocida por su trayectoria científica.
Lo que comenzó como una sorpresa se fue convirtiendo en una esperanza y terminó en una victoria. A las ocho de la noche era claro cuál era el partido ganador y, aunque decir que Arévalo es progresista puede ser algo exagerado, pues su agenda es más de centroderecha, sigue siendo el candidato más progresista que ha tenido Guatemala desde que su padre, Juan José Arévalo, fue el primer presidente elegido democráticamente en Guatemala, a mediados del siglo XX. Aún faltan cuatro meses para la posesión del presidente electo y se espera que haya muchos más intentos de frenar su llegada al poder, pero su victoria deja una movilización ciudadana que ha vuelto a confiar en el poder del voto, dispuesta a defender la democracia e ilusionada con un cambio urgente para Guatemala y toda la región.
