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Uno oye decir “mujer, rosa, muñeca” y piensa “que cursi”. Es la primera reacción que probablemente muchos tenemos a la exposición Ni con el pétalo de una rosa, organizada por Alejandra Borrero y la Fundación Plan en Casa Ensamble.
Consta de 500 muñecas intervenidas por diferentes artistas y personalidades latinoamericanas que expresan con ellas su percepción sobre el maltrato a las mujeres. Cromos la reseña como “conmovedora” y cuenta que la mamá de la actriz lloró al ver la exposición. Esta serie de coyunturas sensibleras y la afirmación de Borrero: “Quiero ser la voz de los que no tienen voz”, hacen que sea fácil pensar que la muestra es una queja de feministas que se sienten victimizadas.
En el imaginario popular las victimas lloran y las feministas son viejas que por mal que se vistan nunca van a lograr ser hombres. Este tipo de pre concepciones hace que una exposición como esta pueda pasar por una mamona cantaleta visual.
En efecto la exposición es regular. Tiene a su favor que es plásticamente sugestiva, no cae en los lenguajes pretenciosos que a veces tiene el arte contemporáneo: la diversidad de interpretaciones sobre la violencia de la mujer va desde lo cliché (una muñeca encadenada) hasta imágenes ingeniosas y limpias (muñeca con un huevo roto en lugar de su útero/corazón). Aunque está llena de lugares comunes, es una manifestación estética de fácil acceso a todos los públicos, y verla sirve para recordarnos que hay mucho camino por recorrer para antes de poder declarar muerto al feminismo.
Para mi sería sencillo, como jovencita barranquillera y javeriana que soy, decir que el feminismo es innecesario porque no me ha tocado enfrentarme con la discriminación o el maltrato, y eso sumado a que el montaje de Casa Ensamble no es el más afortunado, me harían descartar Ni con el pétalo de una rosa. Pero no puedo. La proporción de maltrato físico y sexual es de 2 de cada 3 mujeres en Colombia. Es decir, de cada 3 mujeres que usted quiere o conoce, dos podrían estar jodidas, y esta exposición, mala o buena, pone la estadística sobre la mesa.
El crimen de violencia hacia la mujer se descubre o castiga con menos frecuencia que cualquier otro crimen. Alrededor del mundo se estima que entre 113 y 200 millones de mujeres han sido víctimas de infanticidio por no nacer varón, y esto no ocurre en la época de Herodes sino en pleno siglo XXI. Tal vez hasta ahora he salido invicta de todo eso, pero aún las burguesitas como yo necesitamos el feminismo porque todavía se le paga menos a las mujeres en todos los campos profesionales, ocupan menos cargos públicos, y hay una sutil diferencia de credibilidad y oportunidades que está ligada al género.
Si esta discriminación fuera una cosa de los manes, vaya y venga, pero las mujeres suelen aplicar con menos frecuencia a cargos directivos o importantes porque no se sienten preparadas. Ante el maltrato, desde el más sutil al más bárbaro, muchas mujeres todavía dicen que se dieron contra el pomo de la puerta, porque estamos enseñadas a tener una identidad que se completa con la presencia de un hombre, y ante la perspectiva de mermar nuestro yo si el tipo nos deja, muchas aguantan hasta que les peguen.
El feminismo contemporáneo busca que las mujeres puedan definirse a sí mismas como mujeres, como individuos, no como el opuesto, la otra costilla. Esto es clave cuando se trata de prevenir la violencia contra la mujer porque una chica que se entiende a sí misma como un sujeto entero e independiente no se aguanta callada y con vergüenza que un cabrón le pegue. No, eso no quiere decir que las culpables son ellas, por inseguras y acomplejadas, quiere decir que a las mujeres en Colombia se nos enseña aguantar juiciosas para tener al man contento, y una carrerita en la javeriana no me ha prevenido de callarme cuando me he sentido subestimada.
Ni con el pétalo de una rosa es una exposición que más que cursi es cruel, más que obvia es urgente y más que cantaletuda… bueno, en realidad es muy cantaletuda, pero a veces la cantaleta es necesaria.
catalinapordios.blogspot.com
