¡Coalición ya!

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Catalina Ruiz-Navarro
15 de marzo de 2018 - 05:00 a. m.
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Hay una historia que se repite una y otra vez en las elecciones presidenciales en Latinoamérica: la derecha suele estar organizadísima para ganar, reuniendo todos sus votos en un solo candidato (después de todo, su mandato es mantener el poder del statu quo) y la izquierda, centroizquierda, centro, progresista, como la quieran llamar, llega a las urnas dividida, con un candidato por cada matiz, porque al final las diferencias ideológicas les ganan a las decisiones pragmáticas que suelen ser decisivas para ganar. Así es como muchos nos hemos acostumbrado a votar por él o la candidata que sabemos que va a perder, como si perder fuera un sino histórico irremediable en el que estamos atrapados caminando en círculos, como en una suerte de castigo pensado por los dioses del Olimpo.

No quiere decir que no estemos hartos de perder. Peor aún, en las próximas elecciones se juega la continuidad del proceso de paz, y todo pinta para que antes de segunda vuelta el país esté de nuevo en manos del partido que lo quiere acabar. Existe, claro, una opción que es evidente para la ciudadanía: que el centro y la izquierda hagan vaca con sus votos en una coalición.

Es como una escena bíblica en la que está en juego el fin del conflicto: unos candidatos dirán que prefieren al proceso de paz vivo, pero en manos de otro, y otros que lo prefieren muerto, pero dividido entre todos. Ojalá fuera tan sencillo como que el rey Salomón pudiera escoger. Quizás a Fajardo le guste más comparar la situación con el dilema del prisionero: si ambos prisioneros cooperan (es decir, guardan silencio o se encubren el uno al otro, o, en este caso, se apoyan) hay mayor ganancia para ambos (pero para eso se necesita confianza en ambas partes). Si ambos se traicionan o rechazan (que suele ser la respuesta más común en este juego), pierden los dos. Y si uno traiciona y el otro encubre, uno gana y pierde el otro (este es el resultado que está en mente de los prisioneros cuando se traicionan los dos).

Ya el senador Mockus se arrodilló en cámaras pidiendo una alianza De la Calle-Fajardo. Esa alianza quizá no sea suficiente para llegar a segunda vuelta, pero mandaría al país el mensaje de que se puede hacer política poniendo el bienestar de todos y todas primero, antes incluso que las ambiciones personales por llegar al poder. Una voluntad real de ganar implicaría una alianza más amplia, pero en Colombia la ciudadanía está acostumbrada a que de eso tan bueno no dan tanto. Sin embargo, cualquier coalición tendría que partir del reconocimiento honesto de cada candidato de sus falencias y vulnerabilidades. Todos están lejos de ser perfectos, pero si fueran capaces de sentarse en la misma mesa tendríamos un candidato interesante. Esa alianza puede hasta ser la chispa que encienda un movimiento político y ciudadano en Colombia, que tenga por prioridad defender los derechos humanos y garantizarlos para los y las colombianas. Mejor dicho, una alianza que siente las bases para respaldar y darle continuidad al proceso de paz.

A muchos de los y las votantes que tenemos por prioridad el fin del conflicto, no nos importa si no se caen bien, si se caen bien, pero no les cae bien el partido político del otro, si se sienten muy de centro o muy de izquierda, o muy nuevos o muy tradicionales. Todas esas excusas suenan nimias y egoístas cuando se trata de poner al país primero. La pregunta entonces es: ¿pueden De la Calle, Fajardo y Petro poner al país antes que a sus egos? ¿De verdad existe una diferencia ideológica que sea más importante que acabar con el conflicto armado en Colombia? Ninguna razón, por sensata que parezca, vale un muerto más. Es el momento para que los candidatos revisen sus prioridades.

@Catalinapordios

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