La semana pasada, alguien en el exclusivo Club de Pesca de Cartagena decidió pintar de amarillo claro el Fuerte de San Sebastián del Pastelillo, declarado Monumento Nacional y Bien de Interés Cultural del Ámbito Nacional. El fuerte es patrimonio público, pero está dentro de uno de los espacios más “privados” de Cartagena y seguramente hubo toda una cadena de mando que llegó hasta los albañiles que, siguiendo órdenes, dañaron la muralla. Si bien ha habido polémica en la prensa y en redes sociales, nadie ve esta intervención como demasiado problemática. Por ejemplo, nadie está pidiendo que “alguien” vaya a la cárcel ni se intenta deslegitimar la reputación del Club de Pesca por este “error”.
Una cosa es que la clase alta dañe el patrimonio para amenizar su espacio privado, y otra, que el patrimonio se dañe con fines de denuncia y protesta social. Lo primero es testimonio de una clase dirigente que se cree poseedora de todo (entitled) y lo segundo es el llamado a un estallido social. En esa medida, yo sí creo que hay buenas y malas razones para “dañar” el patrimonio.
Una de las estrategias de protesta social más usadas en Latinoamérica en estos momentos es la “acción directa”, es decir, hacer una “intervención” en bienes privados o públicos —por ejemplo, romper un vidrio o hacer un grafiti— para llamar la atención sobre eso que ha llevado a la gente a salir a las calles para manifestarse, como cuando los misaks derribaron estatuas de Sebastián de Belalcázar para protestar que se estuviera celebrando a un genocida, o como las pintas feministas, un ejemplo de toda la región. La acción directa también es un proceso de resignificación de esos “símbolos patrios” que a veces se encarnan en el “patrimonio”. En CDMX el monumento conocido como El Ángel suele ser el punto de partida de la gran mayoría de las movilizaciones. En las últimas marchas feministas siempre quedaba rayado con pintas, casi totalmente cubierto con mensajes de los grupos feministas, en un país con 11 feminicidios diarios. El resultado: una gran preocupación del Estado no por los miles de mujeres asesinadas, sino por el “patrimonio”.
Sin embargo, la práctica usual es que a la mañana siguiente de la marcha las pintas estén borradas. ¿Cuál es el efecto que tiene en el patrimonio borrar las pintas feministas con tanta rapidez? ¿Por qué un Estado reconocido por su lentitud, en especial para responderles a las mujeres, sí es rápido para borrar las huellas de nuestras protestas? El gremio de mujeres restauradoras de patrimonio se pronunció en México a favor de las pintas diciendo: “Claro que las autoridades no quieren que ‘México feminicida’ sea el mensaje que van a dar al mundo, da una imagen muy fuerte a los turistas. No es una pinta común y corriente, se está contando la historia, es una denuncia. Por eso justamente el tema de tratar que permanezca y se documente”. Las restauradoras explicaron que para ellas la acción preventiva para proteger los monumentos estaba en atender el llamado de las mujeres para que no tuvieran que vandalizar. Añadieron: “Esta es una forma de prevenir que se continúen alterando los monumentos, no queremos que eso suceda, pero ahora que ha sucedido es nuestro deber registrar las pintas porque forman parte de una historia y obedecen a un momento álgido de algo que estamos viviendo todas”.
Algunas personas llaman la acción directa “vandalismo”, pero son cosas muy diferentes. Si bien tanto en el vandalismo como en la acción directa se llega, por ejemplo, a romper vidrios, la diferencia está en qué motivó esa acción y qué está comunicando. Hay entonces una gran diferencia entre escribir en una pared “Yo estuve aquí” y escribir “¡Nos queremos vivas!”, pues la segunda es un último recurso ante la desesperación de muerte y el abandono del Estado.