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Desde hace unos años, y gracias a internet y el auge de los quizzes, se volvió frecuente que en medios y organizaciones se diseñaran “tests de compatibilidad” entre las personas de a pie y los candidatos. Luego de varias presidenciales usándolos, quizás es el momento de entender estas herramientas como un arma de doble filo. Lo bueno es que la persona que los contesta se ve confrontada con preguntas que le obligan a tomar posturas políticas, y hacerlo es un primer paso básico para el ejercicio democrático. También ayudan a que los, las y les votantes se ubiquen y ubiquen a los candidatos en un espectro político. Por ejemplo, tras décadas y décadas de propaganda, la izquierda ha sido exitosamente satanizada, y por eso muchas personas dirán que son de “centro”, cuando en realidad sus ideas son de izquierda o de derecha pues al hacerlo evitan los costos de asumir públicamente una de estas posturas políticas. Esto se vio por ejemplo en el Match Presidencial de El Espectador, que mostró que el programa de Fajardo era el más parecido al de Petro, es decir, que se anunciaba de “centro” cuando programáticamente era de izquierda.
Pero aquí es donde empiezan a quedarse cortos los “Test Electorales”: presumen que la gente vota de acuerdo a sus ideas y posturas políticas, algo que en vez de ser la norma es la excepción. El mejor ejemplo son todos los fajardistas (incluido Fajardo) que defendían su fervor diciendo que votaban por sus “ideas” y hoy no tienen empacho en apoyar a Rodolfo Hernández, con quien tendrían cero afinidad ideológica. Es porque esa nunca fue la motivación del voto. Mucho de ese voto “ilustrado” del “centro” era en realidad un voto antipetrista, tan emocional como cualquier otro. Una decisión de voto basada en este tipo de tests también presume que los candidatos van a cumplir con lo que prometen en su agenda programática, cuando esto depende de la gobernabilidad que tengan en la Presidencia y de una voluntad política que se observa más en la acciones del pasado que en las promesas de campaña. Además, estas promesas pueden ser totalmente vacías: Fico derechizó considerablemente su discurso para apelar, sin éxito, a los y las votantes uribistas, y Rodolfo Hernández cambió por completo su programa de campaña, en segunda vuelta, por propuestas progresistas totalmente opuestas a las anteriores, a sus declaraciones históricas en medios, y a sus acciones como empresario y como político. ¿Con cuál agenda programática de Rodolfo se harán ahora estos tests? ¿Es ético decirle a la ciudadanía que Rodolfo sí implementará la Sentencia 055 de 2022 y garantizará el derecho al aborto solo porque eso afirma en su nuevo programa? ¿Cómo se toman esas decisiones editoriales que al final tendrán un impacto en la intención de voto de la ciudadanía?
Finalmente, hay una idea errónea sobre cómo funciona la democracia y es que estos tests nos dan la idea de que puede haber tal cosa como una o un “candidato ideal” , que sea realmente “compatible” con nosotros. En el capitalismo tardío en que vivimos, todo es “personalizable” y hemos llegado a esperar que todo se adapte a nuestra medida (menos la ropa, a esa nos tenemos que adaptar nosotras), y llegamos a hacerle exigencias de “compatibilidad” a los políticos parecidas a las que hacemos a nuestras parejas sentimentales. Como resultado muchas personas se frustran si no se sienten “identificadas” con un candidato o candidata, cuando en realidad eso es normal y está bien, es el resultado de que haya más pluralidad en una democracia. La identificación entre votantes y candidatos estaba casi que garantizada hace decadas, cuando tanto votantes como políticos eran hombres blancos cis educados y con propiedades, pero a medida que la ciduadanía y la politica se hacen más diversas, será más difícil la identificación. En la parábola del candidato ideal también se ve el voto como una declaración de amor: incondicional, complaciente, cuando tendría que ser todo lo contrario: una promesa de veeduría ciudadana por alguien que puede ser o no igual a nosotros y que tenga las mejores posibilidades para garantizar el bien común.
