El viernes de la semana pasada se hizo realidad en Estados Unidos un ominoso vaticinio: que antes de acabar el verano la sentencia Roe v. Wade, que por décadas garantizó el derecho al aborto en todo el territorio del país, sería abolida. La nueva sentencia dice, de forma expresa, que el aborto no está protegido por la constitución, así que el panorama es aún peor que en tiempos previos a la revolucionaria Roe v. Wade. Lo que sigue es que en más de la mitad del país el aborto estará prohibido de manera absoluta y en algunos estados más progresistas el derecho se seguirá garantizando y probablemente tendrán que prestar este servicio a personas que viven en los estados con prohibición.
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Este no es el único problema: la semana pasada la Corte Suprema estadounidense también dijo que una ley de Nueva York, que requería que se probara justa causa para poder cargar de manera oculta un arma de fuego, era inconstitucional. El fallo fue terrible porque expande los derechos del porte de armas en el país, algo que ya es un problema bastante grave y que ha permitido las condiciones para tiroteos masivos en lugares públicos y colegios (277 en lo que va del año). El fallo sienta un precedente para otros estados en donde también hay leyes que restringen el porte de armas.
Como si esto fuera poco, el lunes 27 de junio la Corte Suprema sorprendió con otro fallo retrógrado que puede convertirse en el punto de partida para acabar con la separación entre Iglesia y Estado en Estados Unidos. En Kennedy v. Bremerton School District, la Corte le da la razón al entrenador de fútbol americano de un colegio en Washington State que hacía jornadas de oración públicas antes y después de los partidos del equipo. Estas prácticas fueron demandadas por la escuela porque hasta ahora, en Estados Unidos en las instituciones educativas se respetaba la libertad religiosa, y las prácticas del entrenador Kennedy hicieron que varios miembros del equipo que no son religiosos o que son ateos o agnósticos se sintieran presionados a rezar también, por miedo a represalias del entrenador, como no permitirles jugar y dejarlos en la banca.
Estas decisiones hacen que en este momento en Estados Unidos, en gran parte de su territorio, se pueda portar armas ocultas libremente, el acceso al derecho al aborto está limitado o totalmente restringido, y los colegios pueden forzar a sus estudiantes a tener prácticas religiosas —cristianas, por supuesto, pues lo más probable es que esta permisividad se convierta en un problema en el momento en que esas prácticas sean judías o musulmanas—. En un artículo reciente publicado en The Atlantic, Margaret Atwood, la autora de El cuento de la criada, una novela de ficción en donde las mujeres estadounidenses pierden su autonomía y derechos reproductivos, cuenta que cuando estaba escribiendo la novela varias veces tuvo que detenerse porque le parecía que la idea de una sociedad así era ridícula, algo que nunca se cumpliría, y comenta: “Tonta de mí. Las dictaduras teocráticas no se encuentran solo en el pasado distante, hay varias existentes en el planeta hoy, ¿qué impediría que Estados Unidos se convierta en una?”, y ante el fallo sobre aborto del juez Alito se pregunta: “Las mujeres no han sido personas en Estados Unidos por mucho más tiempo del que han sido reconocidas como personas”, si ya se perdió el derecho al aborto, “¿qué impediría que se pierda el derecho a votar?”. Terriblemente, la respuesta a estas dos preguntas es “muy poco”. La mayoría conservadora de la Corte en Estados Unidos ya ha logrado hacer un retroceso en derechos de más de un siglo en tan solo una semana. Y esto apenas está comenzando.