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Recientemente la revista Semana, a través de Daniel Samper, organizó un nuevo debate presidencial en el que los candidatos eran entrevistados por youtubers influyentes en el país. El evento, que tuvo una gran acogida en YouTube, reta a los jóvenes a publicar en redes la foto de su certificado de votantes, para que la acción de votar se haga viral entre los y las milenials. Sofía Castro, Kika Nieto, Javier Ramírez, Ami Rodríguez y Germán Vargas entrevistaron a los tres candidatos a los que sí les convenía este encuentro: De la Calle, Fajardo y Petro. A los otros dos candidatos, Duque-Uribe y Vargas Lleras, no les convenía venir a este encuentro. A Duque, porque su intención de destruir el Acuerdo de Paz o los rumores que auguran poner a Alejandro Ordóñez como ministro de Defensa de su gobierno pueden interpretarse como un ataque directo a la juventud. Germán Vargas, porque probó en RCN Radio que tiene el carisma de una piedra, y seguro que esta vez su hija tenía mejores cosas que hacer. Ni Vargas ni Duque les convienen a los jóvenes del país, porque mantener el statu quo es mantener un adultismo que no se toma en serio las nuevas formas de trabajo emergentes, que explotan a los jóvenes a cambio de “experiencia”.
Nos encontramos entonces con Petro, Fajardo y De la Calle. Y son tres candidatos que, de muchas formas, están de acuerdo en valores progresistas y la importancia de la educación y el bienestar social. A diferencia de muchos conocidos, yo no le “temo a Petro”, sus propuestas son y siempre han sido progresistas y sensatas y es evidente que es un tipo inteligente que entiende al país. Acusarlo de megalomanía es difícil, pues algo de eso se necesita para lanzarse a presidente. Petro simplemente es el que la disimula peor. No le daría mi voto —en primera vuelta— porque es muy bueno peleando, y esa es una cualidad que le queda mejor a un congresista que a un presidente. Fajardo sigue mostrándose como un candidato sensato, quien podría tomar posturas más contundentes, pero esa también es una de las razones por las que se pregonan sus buenas posibilidades en segunda vuelta. De la Calle, como ya es de conocimiento público, es mi candidato favorito, pues no solo tiene una hoja de vida intachable, y ha participado en los dos procesos decisivos para construir una Colombia moderna, primero con su papel decisivo en la Constitución de 1991, que se ha convertido en una declaración de principios para mi generación. Una constitución en la que además abogó para que no quedara consignada “la vida desde la concepción”, un truco conservador que habría truncado las posibilidades futuras de la legalización del aborto en Colombia. Y el segundo proceso son, por supuesto, las negociaciones del proceso de paz, cuyo sostenimiento es para mí algo prioritario y debería ser la nueva carta de navegación en nuestra sociedad.
La primera pregunta fue: ¿por qué no hay candidatas mujeres?; la segunda por las pensiones, que parecen una quimera para todas las personas menores de 40, pero que pintan un panorama peor para las mujeres y los y las más jóvenes. Todas las preguntas fueron honestas y pertinentes, y las respuestas fueron todas bastante buenas y completas. Son debates que van acompañados de deliberaciones públicas y personales del voto, que son en sí mismas un gran ejercicio democrático. Si esta burbuja fuera un fiel reflejo de nuestra situación electoral, si estos fueran los candidatos y estos los votantes, Colombia sería un país privilegiado.
Pero Colombia es un país impredecible en su capacidad para la catástrofe. Las elecciones en primera vuelta de este domingo aterrizarán todos esos países imaginados. Los votos son ideales que al entrar en la urna se convierten en números fríos. Es el proceso alquímico de la política real. Pero aunque los nubarrones se alcen en el cielo, el optimismo (que yo pongo en esos millones de nuevos votos que estrenarán los milenials) es una forma de resistencia.
