Después del circo que hemos montado durante la última semana con el caso de la agresión por parte del actor Alejandro García a Eileen Moreno, lo más probable es que a ninguna mujer en Colombia le queden ganas de denunciar nada. Este es un caso típico de violencia machista, como sucede cada media hora en Colombia, pero como el agresor y la víctima son personajes de la farándula los medios aprovecharon para succionarles rating.
Periodismo equilibrado no es lo mismo que periodismo simétrico. Equilibrado no es abrirle los micrófonos al agresor para que mienta llanamente diciendo que “no la golpeó”, que le partió la nariz “dormido y sin darse cuenta”, para estigmatizarla por “borracha”, por haber “fumado marihuana”, decir que es una “enferma mental” a quien “se le cruzaron los cables”. García sugiere, incluso, que Moreno se autolesionó, supuestamente para adquirir fama, como si alguna mujer que, como ha dicho Moreno, “soy actriz, trabajo con mi cara”, creyera que es bueno para su carrera romperse la nariz para luego ser revictimizada en medios con un escándalo transnacional. Sus cuestionamientos serán absurdos, pero él los dice tranquilo, porque hacen eco del script que nos ha dado el machismo. El juego es este: si García logra probar que Moreno es una “víctima mala”, la opinión pública aceptará los golpes como “merecidos”. La W, supuestamente a favor de Moreno y a la vez “imparcial”, nos obliga a escuchar audios de ella en una pelea, que no tienen valor periodístico alguno, pero sí atacan la dignidad de ella. La entrevista cierra con broche de oro: “Aquí el único que acabó con su vida fue esa noche (sic)”, dice Julio, quien no es capaz de decirle “usted” y luego pasa a hablar de “una mujer que sufrió heridas muy fuertes” (así, en pasivo, sin un sujeto que hiciera las heridas) y cierra con lo que a él le parece lo más importante: “La culpa de lo que ha pasado no es de la W”.
Alejandro García aprovecha la entrevista para lanzarse nacionalmente como el adalid de los hombres golpeados porque, como dice su hashtag que ya es trending topic: #NiUnoMenos. En su trampa han caído las personas y los medios que condenan “todo tipo de violencia contra mujeres y contra hombres”. La violencia machista contra las mujeres es un problema estructural y pueden preguntarle cifras a su feminista más cercana. La violencia machista contra los hombres existe, sí, pero suele ser perpetrada por otros hombres, y cuando es perpetrada por mujeres suele suceder en contextos de abuso, y la agresora recibe un castigo social, con todo el peso de la ley. La violencia es toda condenable, pero no es homogénea ni significa lo mismo en cada contexto. Cuando decimos #NiUnoMenos estamos desdibujando el problema de violencia contra las mujeres que se quiere visibilizar, es el equivalente al #TodasLasVidasImportan cuando los movimientos negros en Estados Unidos dijeron #LasVidasNegrasImportan. Es como si cada vez que habláramos sobre la violencia contra la niñez alguien, o muchos, salieran a decir que “por qué no hablamos de la violencia contra los adultos” o de “la violencia de los y las niñas contra los adultos”, pues de que los hay los hay. Decir #NiUnoMenos es aprovechar nuestro machismo para desviar la discusión.
También se hizo tendencia el equivocado hashtag #YoSíDenuncioAMiAgresor, aunque al mismo tiempo les estamos mostrando a las mujeres que quieran denunciar que 1) la Policía no será eficiente y 2) la denuncia pública terminará en intentos de desprestigio a su honra y su moral. No podemos pedirles a las mujeres que denuncien cuando en Colombia el 78 % de los casos de violencia de género (según cifras de Sisma Mujer) son archivados y más del 90 % quedan en la impunidad. Les exigimos a las mujeres que denuncien, y cuando se den de bruces contra el sistema de justicia, ¿qué? Y eso sin contar que en el momento en que las mujeres deciden denunciar o dejar a sus agresores es cuando más escala la violencia y ocurren los feminicidios. ¿Tenemos forma de protegerlas después de saciar nuestra sed moral?
Las mujeres no se “dejan pegar”, eso sería tan cruel como decir que las personas negras “se dejaron” esclavizar. Creer que la solución está en que “las mujeres denuncien” es ingenuo y también machista, pues las víctimas no nos deben nada; a quienes tenemos que exigirles es a los agresores y al Estado. Se estima que, en promedio, una de cada tres mujeres ha sido víctima de violencia machista, y seguro son más. Esto es, un tercio de las mujeres que cada uno de nosotros conoce, mujeres que en este momento nos escuchan enunciar nuestros juicios misóginos y deciden callar.