¿Quién cuenta las historias? Los vencedores. La versión del mundo que se vuelve hegemónica, oficial. Incluso esos relatos llamados “imparciales” o “neutrales” son los de las personas o grupos con más poder. Notar esto es difícil; cuando todas las historias han sido escritas por un solo tipo de cuerpo uno llega a pensar que no hay más. Leer otros relatos desde otros puntos de vista es como de repente sacar la cabeza del agua y descubrir que hay cielo, aire, tierra, todo un mundo más allá. Así es como se siente leer por primera vez a Marvel Moreno. Cada vez que una lectora comienza a leer En diciembre llegaban las brisas siente todas las voces de todas las mujeres de su familia y su vida hablando en párrafos larguísimos, fluyendo de un tema a otro, como en una cascada de consideraciones teóricas y pragmáticas; porque son mujeres que siempre tienen cosas que hacer. Entonces uno ve por primera vez algo que no había visto: que las cosas no pasaron solo como nos las contaron los hombres, que había unas largas disertaciones detrás de cosas tan pedestres como la elección de un menú para la cena o un vestido; Marvel Moreno empieza a decirnos esas cosas que todas hemos pensado, pero que no osábamos imaginar como un tema digno de la literatura.
Lastimosamente su obra, que podría leerse masivamente porque tiene esa cualidad de prosa rápida (que en inglés se llama “page turner”), es un manjar raro. Antes de 2014, cuando Alfaguara volvió a publicar su novela En diciembre llegaban las brisas, el texto era muy difícil de conseguir y la edición más reciente no contaba con el “Epílogo de Lina”, que había sido censurado de manera póstuma por la familia de la autora, quizá porque en él Lina (narradora de la novela y potencial alter ego de Moreno) habla de una nueva generación de mujeres colombianas, “las nuevas muchachas de Barranquilla, ya liberadas y un poco indulgentes al dirigirse a mí, porque sabían vagamente que alguna vez escribí un libro denunciando la opresión que sufrían sus madres. Ellas ignoraban la sumisión: no se maquillaban y en sus polveras había casi siempre unos gramos de cocaína y hacían el amor con desenvoltura para tormento de sus amantes, que se sentían como cerezas tomadas a distracción de un plato”. Pero para decepción de Moreno, nosotras le fallamos. No nos alcanzó el valor para ser esas “jovencitas carnívoras” con las que ella soñaba, redoblamos nuestras horas en el gimnasio y en vez de cocaína en la polvera guardamos un Valium. O al menos así fue, hasta ahora.
Marvel Moreno escribió una última novela llamada El tiempo de las amazonas. Expresó de forma explícita su deseo de que fuera publicada, pero su familia, hijas y exesposo la mantienen cautiva. Y en la reciente Feria del Libro en Barranquilla, dos hombres que no venían al caso —uno de ellos su exmarido— se pararon frente al público cínicamente a discutir el legado de Marvel Moreno. Giselle Massard, Mónica Gontovnik, Mercedes Ortega, Daniela Pabón, Raquel Gutiérrez y Luz Karime Santodomingo, ahora conocidas como Las Amazonas, se pararon en silencio frente al panel con camisetas blancas en las que se podía leer: “Es el tiempo de las amazonas”. La acción fue hermosa y contundente. También repartieron en fotocopias la primera página de la novela inédita de Moreno y un pequeño manifiesto en donde afirman que protestan “contra el control violento que ejerce aún el patriarcado sobre las mujeres” y que “los autorizados para hablar de su obra y quienes han construido la figura de la autora siguen siendo las voces masculinas que la rodearon. Maridos, exmaridos, abusadores, críticos, padres, padrinos, amigos cercanos y mecenas se creen dueños de las autoras y sus obras, y se apropian simbólica y legalmente de ellas para inflarse el ego y viajar y vivir a sus expensas. Cual viudos negros”.
Quizá, por ahora, solo podemos leer la primera página de su última novela, pero esta es suficientemente incendiaria para despertar a la amazona que hay en cada una de nosotras.