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“Exterminar la plaga”

Catalina Ruiz-Navarro

21 de agosto de 2025 - 12:07 a. m.

El 29 de julio, lanzando su candidatura en La FM, Abelardo de la Espriella dijo: “Y sepan ustedes, señores de la izquierda, en mí tendrán a un enemigo acérrimo que hará todo lo posible para destriparlos y enfrentarles, determinada y decididamente. A esa plaga hay que erradicarla”. Luego, en entrevista con El Colombiano, el 19 de agosto, le preguntan al respecto del uso de la palabra “destripar” y él contesta que estaba usando “la cuarta acepción”, algo que no tiene mucho sentido pues según la RAE esa acepción es: “Interrumpir el relato que está haciendo alguien de algún suceso, chascarrillo, anticipando el desenlace”. En todo caso, Luz María Sierra le dice que hablar de destripar en un país como Colombia es violento y él contesta que “lo que quise decir y sostengo es que hay que acabar con la izquierda radical en el marco de la Constitución y la ley. [...] Te voy a decir por qué. Porque Petro y toda su recua se han robado al país, han traicionado a la patria y hay que pasarles la factura. Y eso no es espejo retrovisor y eso no es venganza, se llama justicia”. Luego, tras fantasear larga y aburridamente con ser un personaje del imperio romano, concluye: “Yo soy un gladiador y vine a enfrentar a esa plaga”.

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Con mucha razón, Petro le pidió por X a la Fiscalía que lo investigue por “amenaza de muerte a un grupo poblacional con identidad política”, pero el problema no está solo en el verbo “destripar”, está especialmente en el uso reiterado de la palabra “plaga”. Si De la Espriella lo dice no es solo porque lo piense, es porque sabe perfectamente que hay un sector de la sociedad que usa la palabra y que resuena con esas ideas y lenguaje. La comediante Alejandra Azcárate, el 11 de agosto, recurre a la misma expresión: “A todos los enajenados que dijeron que el atentado a Miguel Uribe había sido un montaje, hoy su muerte los invita al silencio”. Primero establece que hay un Otro, “enajenado” e indolente. Luego establece un Nosotros opuesto: “A nosotros, por el contrario, su asesinato nos amplifica la voz a través de la indignación y nos conduce a las urnas para exterminar a la plaga”. Tanto Azcárate como De la Espriella matizan la afirmación hablando forzadamente de urnas o democracia, pero ambos coinciden en que hay un otro que es menos que humano, una recua, una plaga, y en que lo “justo”, y además “necesario”, es “exterminarlos”.

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Ver este lenguaje llegar al “mainstream” es preocupante. Para la filósofa Lynne Tirrell, la violencia lingüística es una forma de violencia que se ejerce a través de actos del habla que generan permiso para la violencia física. Tirrell ha estudiado el genocidio de los Tutsis en Ruanda, en donde fue instrumental llamarles (durante varios años) “inyenzi” (cucaracha) e “inzoka” (serpiente) para deshumanizarlos. Los nazis hicieron lo mismo con el término “alimañas”. Tirrell señala que además, en Ruanda, las serpientes son un problema de salud pública y que a los jóvenes les enseñan a cortarles la cabeza; matarlas es visto incluso como algo heroico. En el contexto ruandés, la palabra “serpiente” implica la necesidad de matarla, como pasa con la palabra “plaga”. La deshumanización va de la mano con la justificación de la violencia, presentándola como algo necesario y en defensa propia.

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De la Espriella y Azcárate representan a un sector radicalizado de la población, pero son la muestra de que ese discurso está teniendo resonancia, particularmente en círculos uribistas, y es probable que llegue a muchas más personas si se pasa por alto y se permite que sea una de las narrativas de las campañas presidenciales.

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