La noticia de la masacre en el Putumayo, que según las investigaciones de El Espectador, Cambio y Vorágine fue perpetrada por el Ejército —en donde asesinaron a 11 civiles, incluido un menor de edad, líderes comunitarios y una mujer embarazada—, es absolutamente devastadora, pero no sorprendente. Con periodicidad los medios colombianos reportan que las Fuerzas Militares asesinan a civiles, para luego hacerlos pasar por guerrilleros y presentar todo como un logro militar. Los mal llamados “falsos positivos” no fueron algo ocasional, son una práctica sistemática del Ejército.
Que esta práctica sea sistemática habla de un problema estructural: la sistematicidad y la impunidad no serían posibles si la mayoría de la sociedad no tuviera un pensamiento militarista. Según las Mujeres Antimilitaristas del MOC de Paraguay, en el periódico feminista Mujeres en Red, “el militarismo es mucho más que instituciones militares concretas o personas de uniforme, se trata más bien de una manera de ver el mundo, de entender las relaciones de las personas y de lograr el consenso y la eficacia en una sociedad”. Para las feministas antimilitaristas, el ejército se conforma como una casta privilegiada: “Entendemos el militarismo como un sistema de dominación bélica que consiste en la influencia, presencia y penetración de las diversas formas, normas, ideología y fines militares en la sociedad civil, cuya lógica está determinada por la resolución violenta de los conflictos”. Solo para aclarar, “violenta” aquí significa dañar, herir o matar personas, no vandalizar cajeros automáticos o grafitear monumentos inertes. En su análisis de las fuerzas militares, las feministas antimilitaristas muestran que los valores que subyacen a la ideología militar son totalmente afines con el patriarcado e incompatibles con lo que entendemos como democracia. Los grupos militares tienen estructuras de mando verticales con marcadas jerarquías en donde se cultivan valores como la uniformidad, la mentalidad de “ellos versus nosotros”, la completa obediencia y sumisión a la autoridad.
En esta masacre particular parece que el ejército llegó sin uniforme y queriendo hacerse pasar por un grupo guerrillero. No tuvieron que esforzarse mucho, fueron igual de sanguinarios que cualquier otro grupo armado. Los medios cuentan que hubo manipulación de cadáveres, que se plantaron fusiles, que hubo ejecuciones con tiros en la frente y heridas, torturas e insultos para los y las sobrevivientes. Es violencia cobarde, pero no por eso es fácil, se requieren años de entrenamiento para deshumanizarse así. Creemos que el entrenamiento militar se trata de formar el cuerpo para el combate, ¿pero será que en realidad se trata de dejar a los soldados sin alma?
¿Hablamos de ideales democráticos como la pluralidad, la igualdad, la justicia o la libertad, y creemos que un sistema así puede convivir paralelamente con un ejército poderoso que defiende y encarna los valores opuestos? Mi teoría es que en Colombia y en la gran mayoría de los países de la región se defiende la democracia en abstracto, pero en la práctica los valores militares han permeado a gran parte de la población, que termina eligiendo y celebrando el orden y la calma —aparentes— de la violencia y el autoritarismo. “El patriarcado es esencial para la transmisión y el desarrollo del militarismo porque no solo afecta las relaciones sociales, sino que se introduce en las relaciones interpersonales y en la familia, generando una escuela permanente para el aprendizaje de la subordinación y la obediencia”.
¿Es posible reformar las fuerzas armadas, de manera que construyan paz, cuando fueron concebidas para someter con violencia? Quizá no, pero es definitivamente imposible si la sociedad no se libera también del pensamiento patriarcal, autoritario y militarista que celebra, justifica y respalda estas violencias. Por eso los feminismos colombianos, que conocen en carne viva el dolor, la tragedia y la desigualdad de la guerra, tenemos que asumir, urgentemente, una postura antimilitarista. No vamos a construir paz mientras los recursos y valores de todo el país sigan destinados a la guerra.