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Gaviota

Catalina Ruiz-Navarro

30 de enero de 2019 - 02:43 p. m.

“Es una historia muy parecida a la suya, mire, ese señor está enloquecido por esa muchacha”, le dice Carmenza Suárez a su hija invitándola a que vieran juntas una telenovela en la que el galán le está prometiendo a la empleada doméstica que le regalará una finca y que ella vivirá como una “gran dama”. “¡Qué va! Ninguna historia se parece a la mía”, contesta Gaviota. “¿No? Y qué me dice de esa historia de novela de Amores lejanos, que esa muchacha trabajaba en una fábrica allá, que el patrón la echó que dizque porque ella se había robado una plata, y que después descubre no solo que ella no era ladrona, sino que además estaba enamorado de ella. ¡Pues le tocó buscarla por cielo y tierra y pedirle perdón de rodillas!”. “¿Y ella sí lo perdonó?”, pregunta Gaviota. “¡Pues claro!”, dice Carmenza, y Gaviota contesta: “Pues esa imbécil no soy yo”. Carmenza le sigue insistiendo en las falsas maravillas del amor romántico: “¡Terminaron casados!”, y Gaviota le contesta: “¡Pues ahora mismo la debe tener trapeando el piso!”. Entonces cambian de tema y Carmenza le pregunta a Gaviota que cómo le fue buscando trabajo y ella contesta, frustrada, que no ha encontrado nada. “Yo le dije que no nos viniéramos a Bogotá a buscar lo que no se nos ha perdido. Podríamos estar trabajando en cualquier cosecha, como siempre”. “¡Mija, olvídese!”, le responde Gaviota, “que nuestra vida de recolectoras se acabó, ¿o si no pa’ qué todo ese tiempo que yo estuve en Europa? No, si yo conseguí trabajo allá puedo conseguir trabajo acá”. Carmenza sigue preocupada y le propone poner una fecha límite para regresarse si Gaviota no consigue trabajo, y Gaviota, molesta, le contesta: “¿Usted cuándo ha visto en las telenovelas que la muchacha que llega del campo fracasa y se regresa? Ella se queda y triunfa”. Entonces Carmenza, como para sacarse el clavo, le dice: “¿Pero usted no había dicho que ya no creía en las telenovelas?”. Y Gaviota contesta: “Pero es que yo creo es en mí”.

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Café, con aroma de mujer fue una telenovela adelantada a su tiempo: al séptimo capítulo la protagonista ya se ha dado cuenta de que el amor romántico de las telenovelas está lleno de falsas promesas y que ese final feliz no era sino una oportunidad de hacer trabajo doméstico no remunerado. Gaviota entonces cambia el amor y el sacrificio por un hombre por la ambición profesional inmensa que tiene. Para Gaviota, el objeto de deseo es su trabajo y, paradójicamente, el obstáculo para alcanzarlo es Sebastián. Eran los años 90 y tal vez era muy denso desarrollar a profundidad la historia de cómo Gaviota cae víctima de una red de trata de personas, escapa, recorre Europa y se hace deportar para no tener que pagar el vuelo de regreso. En la versión mexicana, Destilando amor, Angélica Rivera es salvada por unas monjas y luego llora en la Iglesia por la pérdida de su embarazo. La Gaviota colombiana es el arquetipo de lo que en inglés se llama maverick (disidente): es original, audaz, decidida, capaz de borracheras épicas... características que suelen reservarse para personajes masculinos. Sebastián, en cambio, es doméstico y pasivo, y tiene un raro síndrome de impotencia selectiva. En esos primeros capítulos, en los que Gaviota decide que su verdadero amor es su carrera profesional, Sebastián se queja del acoso sexual de su esposa, y de las expectativas machistas de su familia, que no entiende por qué no se comporta como un sátiro. Los roles de género tradicionales, que suelen reforzarse en las telenovelas, aquí se invierten, y Gaviota, incluso luego de tener una carrandanga de hijos, termina manejando Café Export desde la finca.

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No todas las novelas de Gaitán envejecieron tan bien como Café, pero Gaviota nos dio a las colombianas, y especialmente a quienes en ese entonces aún éramos niñas, la libertad de imaginarnos asertivas y poderosas, y a muchas hasta nos dio las alas para hacernos feministas.

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