La semana pasada, un enfrentamiento entre hinchas del Atlas y del Querétaro, en un partido de fútbol, dejó 22 heridos y contando. Más o menos cuando ya llevaban una hora de partido, las peleas y las agresiones entre las barras escalaron tanto que aficionados y familias empezaron a meterse a la cancha y los jugadores tuvieron que refugiarse en los vestuarios. No se sabe exáctamente qué desató esta batalla campal en el estadio de Corregidora, pero hay videos de hordas de barristas pateando gente, ensangrentados, e incluso peleándose y corriendo mientras policías chateaban impávidos en su celular. Según El País: “la barra de los Gallos fue protagonista de otro lamentable episodio en octubre de 2019 cuando sus aficionados comenzaron una batalla en las gradas contra los hinchas del Atlético de San Luis”. Más preocupante aún, según Código Magenta, “buena parte de los grupos delictivos de los cárteles se han venido infiltrando a esos grupos de animación y estos elementos traen consigo más violencia”.
No es la primera vez en México que esa intersección entre masculinidades violentas, como las que tradicionalmente ostentan los barristas con bandas criminales. El famoso ensayo de Rita Segato sobre Ciudad Juárez justamente habla de las violencias que resultan de esa intersección. Para Segato, esas expresiones de violencia en grupo de los hombres (que incluyen las violaciones en grupo) son afirmaciones públicas de la masculinidad, la violencia se convierte en un rito de paso para pertenecer. Aun así, la lectura del incidente desde la violencia machista tuvo muchísima resistencia. No es la masculinidad, dicen, es la violencia que surge del comportamiento de masas. Pero no en todas las masas se desboca así la violencia, y un ejemplo son las marchas feministas.
El martes de esta semana fue 8 de marzo y hubo marchas feministas en toda Latinoamérica. En CDMX, grupos feministas, en protesta frente a un gobierno indiferente frente a la impunidad de los feminicidios, rompen vidrios, rayan las paredes y vandalizan las estatuas que bordean Reforma. Esto es “violencia” contra objetos inanimados. Pero, a pesar de que hay varillas de metal, aerosoles, fuego, jamás en una marcha esta violencia se ha salido de control: ninguna compañera ha quedado herida por las acciones directas de los bloques feministas.
Las reacciones del Estado mexicano a ambas violencias son muy interesantes. Para cuidar un partido de fútbol lleno de barras con antecedentes violentos había un puñado de policías desentendidos e investigar los disturbios le ha quedado grande a la fiscalía. En cambio, varias de las protestantes de marchas pasadas están siendo criminalizadas y para las marchas feministas hay un despliegue de 3.000 granaderos (el ESMAD mexicano), que además han recibido un mandato escalofriante: que está bien atacar, golpear y gasear a las manifestantes para salvaguardar unas estatuas. Es una violencia que puede llegar a ser tan brutal como la del estadio, pero legitimada por el Estado.
Las masas no actúan ciegamente como se quiere creer, hay reglas, normas y conductas y valores para cada grupo. Los grupos que celebran la violencia contra otras personas y la ven como una expresión de poder y masculinidad dejan tras de sí 22 heridos. Los grupos que aceptan la violencia cuando es un acto simbólico dejan solo paredes rayadas y vidrios rotos. Cuando es el Estado quien pone los medios y legitima la violencia, tenemos resultados como el Paro Nacional. No todos los grupos con comportamientos violentos son lo mismo, no es porque los hombres sean malos y las mujeres sean buenas, la fiereza de los ataque de ambos grupos dan cuenta de que ambos géneros son capaces de violencia. Pero las motivaciones, los métodos y los efectos son diferentes. ¿Por qué nos sigue pareciendo más disruptivos unos vidrios rotos y paredes con consignas feministas que la violencia machista del Estado y de otros grupos de hombres embriagados con la masculinidad?