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Hacia cero (Towards Zero), UNA novela de Agatha Christie publicada en 1944, arranca con una premisa: el asesinato comienza mucho, mucho antes de su ejecución, en el momento en que se toma la decisión de matar. Todo lo que sigue es una secuencia hasta llegar al momento del crimen: la hora cero. Curiosamente, Hacia cero podría ser uno de los feminicidios mejor contados en la ficción, no tanto por la espectacularidad del misterio o del asesinato en sí, sino porque la novela hurga en los motivos del feminicida (un deseo de control de la vida de su víctima que lo lleva a acecharla como a una presa, aunque su fachada afable se mantenga intacta) y en el proceso psicológico de la víctima (primero amor por un supuesto príncipe azul, luego compasión por su violencia aparentemente justificada, luego aislamiento de su red de afectos, luego miedo y finalmente culpa, pues su agresor logra convencerla de que ella es la causante de la violencia).
Una y otra vez nos enteramos de la violencia de género en su hora cero: el feminicidio. La semana pasada Paola Melissa Aguirre Valderrama, de 19 años, joven becada por el programa Ser Pilo Paga para estudiar en la Tadeo, fue asesinada a puñaladas por su novio, Juan Camilo Carvajal Zamora, en Ibagué. Aunque Carvajal fue apresado con su camiseta de Colombia puesta y ensangrentada, se declaró inocente del feminicidio de más de 50 puñaladas. La mató cuando ella quiso dejarlo; esos suelen ser los momentos más peligrosos cuando se está en una relación con un agresor. Pero eso a las mujeres nadie nos lo advierte. La sociedad sigue preguntando en voz alta “¿por qué no lo deja?”. Además de sus celos posesivos, de los que alcanzó a quejarse Aguirre, la gente alrededor nunca vio otra señal de que esto terminaría en un feminicidio y el fiscal encargado del caso ya empezó a excusar públicamente al agresor diciendo que se trató de “un ataque de ira. Una sed de venganza”.
Este fin de semana en Bogotá, Andrés Gómez apuñaló a su pareja sentimental, Jennifer Andrea Plazas, hasta matarla, y luego se tiró por la ventana cuando llegó la Policía. Hoy el tipo sobrevive en cuidados intensivos. El 14 de junio un policía de Bogotá en el municipio de Villeta apuñaló a su compañera sentimental y luego se dio a la fuga. Nos enteramos porque la Policía sacó un comunicado en donde dice que lo han suspendido disciplinariamente, pero no revela su nombre a los medios, quizás con el efecto de facilitar su escape. Estos casos se presentan en los medios como sucesos repentinos, acompañados de destellos de ira, como si de repente un sino malvado se apoderara de los personajes de una historia de amor, convirtiéndola en tragedia. Las historias de lo que sucede antes casi nunca se cuentan, y por eso muchas víctimas ni siquiera notan su situación hasta cuando ya es demasiado tarde. La sociedad tiene estos comportamientos tan normalizados que muchas alertas rojas se convierten en puntos ciegos.
Los celos usados como excusa para el control o la violencia son una de esas alertas que la sociedad oculta, pues nos enseña que los celos son una prueba de amor. Otra señal frecuente es que la relación comienza con él cumpliendo el papel del príncipe azul, que nos colma de atenciones muchas veces excesivas, y éstas a su vez sirven para aislarnos de nuestros amigos y familia, pues en las narrativas del amor romántico se justifica que “al llegar el amor” se desaparezca el mundo. El amor romántico también celebra los roles de género rígidos en donde se ve como algo bueno que el hombre “asuma el control” de la relación. Los agresores asumen control de las vidas de sus parejas desde que empiezan a minar su autoestima, hacerlas sentir dependientes e inseguras. Con frecuencia no toman responsabilidad por sus actos y se toman cualquier acción de la víctima como una ofensa en su contra, otra manera de justificar su comportamiento violento. No todas las relaciones en donde suceden estas cosas acaban en feminicidio, pero sí son relaciones tóxicas y machistas que nos suelen presentar como relaciones aspiracionales. Así como el feminicidio comienza mucho antes del crimen, la prevención de la violencia pasa por desnaturalizar esos primeros gestos para que la sociedad —que es la responsable de la prevención, no las víctimas— pueda reconocerla y sancionarla socialmente. ¿Cuántos feminicidios podrían prevenirse si nuestra sociedad no estuviera ciega a las violencias machistas?
@Catalinapordios
