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Una vez más, llegan a los medios las alarmantes cifras de la violencia machista en Colombia, y la noticia es que los feminicidios van al alza. Puedo darles un dato para aterrarnos y luego calcular un número por día, por mes, por hora… parece que las cifras son necesarias para que “ahora sí” nos demos cuenta de que este es un problema urgente que la sociedad y el Estado deben atender. Pero es que tan solo un feminicidio ya es demasiado. Entonces nos dicen que denunciemos. Que llamemos a alguna línea morada. Pero también hay cifras aterradoras de mujeres que pusieron alertas tempranas y nadie hizo nada. Y si no le decimos a nadie es peor. Fue la culpa de la víctima. Quién la manda a cruzarse en el camino de un agresor.
Las cifras se usan para azuzar acciones urgentes, y se nota, porque casi todos los remedios del Estado para la violencia de género son, o pañitos de agua tibia, o papas calientes. Denunciar por la vía judicial es costoso, demandante económica y emocionalmente y las probabilidades de impunidad son considerables. Exigirle a todas las víctimas recurrir a esta vía es algo entre necedad, ignorancia y clasismo. También hay muchas víctimas que no quieren ir a los albergues. Verse desplazadas de sus casas a un lugar que les es ajeno y donde no necesariamente se sienten cómodas o seguras suele ser un último recurso, y además solo funcionan como soluciones temporales. Es cierto, como dijo la fiscal Adriana Camargo, que muchas mujeres no quieren ver a sus parejas en la cárcel, porque las relaciones humanas son complejas y muchas veces aún hay afectos, responsabilidades, vínculos, dependencias, pero es un error creer que cualquier forma de conciliación previa es una solución, pues para cuando las víctimas hacen pública su situación es porque esta se ha vuelto intolerable, y nada tienen que negociar con una persona que las ha deshumanizado, que tiene más poder que ellas y que lo ha usado en su contra.
¿Qué hacer entonces? Parte del problema es que hemos equiparado las vías judiciales, y particularmente penales, con la justicia. Pero un sistema que se inventó para cuidar las propiedades de los hombres blancos es evidente que no va a servir para atender la violencia de género. Es una salida fácil, sin imaginación y aun menos eficiencia. No basta con pedirles a las mujeres que alcen la voz si luego de hacerlo pueden quedar en una situación peor. No podemos exigirle nada a las víctimas si como sociedad no estamos dispuestas a hacer nuestra parte, a escucharlas y creerles y tomarlas en serio aunque sea incómodo y sin tener que invocar la bendición de alguna cifra para reconocer la gravedad del problema. Se necesita garantizar los derechos de las mujeres. Todos los derechos, no solo el derecho a una vida libre de violencia. Las mujeres necesitan desarrollo profesional, redes, conexiones, estabilidad económica, acceso a los derechos, salud, educación, independencia, para estar mejor paradas ante una situación de violencia. Se necesita un cambio cultural para que esta violencia sea siempre visible e intolerable: empatía real, reconocimiento absoluto de la humanidad de las mujeres. Me dirán quizás que este es el camino largo, la solución etérea, pero no es así, es clara como el agua. Lo verdaderamente obtuso y complicado es quedarnos reaccionando a la violencia y creer que sirve de algo castigarla si no vamos a prevenirla.