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¿Intervención gringa?

Catalina Ruiz-Navarro

11 de septiembre de 2025 - 12:05 a. m.

El fin de semana pasado, en dos eventos en Norte de Santander, Vicky Dávila llamó al intervencionismo de Estados Unidos en Venezuela diciendo: “Trump, haz lo tuyo”, en un evento en el municipio fronterizo de Villa del Rosario; en la presentación de su libro en Cúcuta; y en X. En la Fiesta del Libro de Cúcuta, un grupo de personas hizo una protesta por el genocidio en Palestina, y Dávila sacó una bandera de Colombia. Semana dijo que fue un “intento de sabotaje” en el que, según la revista, participó Liliana Valencia, ex jefe de prensa de Francia Márquez; ambas afirmaciones son falsas. Por un lado, Valencia estaba ahí porque también presentaba su libro y, junto a otras autoras, ayudó a impedir que sacaran a los manifestantes con agresiones. Por otro lado, es muy diciente que Semana y Dávila lean una manifestación por Palestina como un intento de sabotaje.

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Es interesante que Vicky no sea la única en la región pidiendo el intervencionismo gringo. A finales de agosto, la senadora panista Lilly Téllez pidió la intervención de EE. UU. para “combatir los carteles en México”. Ambas representan a una élites del conservadurismo más rancio que siempre han esperado que una potencia extranjera las domine y las salve. Otra senadora mexicana, María Guadalupe Chavira, pidió que investigaran a Téllez por vínculos con agencias extranjeras como la CIA. La discusión también generó una trifulca en el Senado entre Alejandro Moreno y Gerardo Fernández Noroña.

Las políticas conservadoras también hacen eco de lo que ha dicho Trump. El 8 de agosto el New York Times dijo que Trump había firmado, secretamente, una directiva que le da luz verde al Pentágono para usar a las fuerzas armadas en contra de “ciertos carteles de drogas Latinoamericanos que su administración ha catalogado como organizaciones terroristas”. Entre esos grupos se encuentran varios carteles mexicanos y recientemente Trump incluyó al Cartel de los Soles, de Venezuela.

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Decirlo es más fácil que hacerlo, pues hay varias talanqueras legales y una movida así sería autocrática, tremendamente inconveniente y problemática para EE. UU. El 9 de agosto, Claudia Sheinbaum contestó: “Ellos pueden ponerles el nombre que decidan, pero con México es colaboración y coordinación, nunca subordinación, no injerencismo y menos invasión”; por su parte, la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) dijo que una intervención así, tanto en México como en Venezuela, carecería de objetivos claros y ni siquiera funcionaría, porque “los grupos criminales son adversarios menos predecibles” que “no necesariamente quieren luchar contra los gobiernos de sus países. Buscan ganancias, no poder político (excepto cuando este sirve para obtener lucro). Eso los hace mucho más difíciles de combatir, solo con fuerza militar, que a las insurgencias o los ‘terroristas’, y la administración de Trump parece no entender este punto en absoluto”. Las bandas criminales tienen un modelo de negocio que usa el dinero y la violencia, y que está imbricado en el Estado y las economías locales. “Deshacer esas relaciones no es una misión militar: es trabajo de investigadores, fiscales y jueces, quienes a su vez deben estar sujetos a una rigurosa supervisión anticorrupción”, explica WOLA.

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Como todo con Trump, es difícil saber si esto es solo una intimidación o si puede llegar a materializarse si llegase a necesitar una crisis que sirva como espesa cortina de humo. Lo que sí es preocupante es ver cómo se repite la idea criolla y reaccionaria de que EE. UU. quiere y puede resolver nuestros problemas, sin destruirnos en el camino, como ha pasado siempre que hacen una intervención.

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