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Con trece nominaciones a los Premios Óscar, la película Emilia Pérez del director Francés Jacques Audiard se ha ganado el odio de todo México mientras es aclamada por la crítica del norte global. La película ha generado tanta indignación que, durante la gira de prensa, Audiard tuvo que cancelar su evento de preguntas abiertas con el público. La gente puso en jaque a la Procuraduría Federal del Consumidor al salirse del cine y pedir masivamente reembolsos de sus boletas (apelando a lo estipulado en la “garantía Cinépolis”). Y aunque su director ha dicho que es una “carta de amor” a México, la grabaron en Francia y casi ni hay personas mexicanas frente o detrás de cámaras.
Audiard dijo a la BBC que vino a México a hacer scouting para la película y que no encontró lo que buscaba: “Me di cuenta de que las imágenes que tenía en mi mente no se correspondían con la realidad de las calles de México. Era demasiado pedestre, demasiado real. Tenía una visión mucho más estilizada, así que nos vinimos a París y le reinyectamos el ADN de una ópera. Y además, esto puede ser un poco pretencioso de mi parte, pero ¿acaso Shakespeare tuvo que irse hasta Verona para escribir una historia sobre ese lugar?”. Bueno, es evidente que Audiard no es Shakespeare. Como señala Sofía Otero, la película está llena de perezosos errores como que asume que en México hay un “jurado ciudadano” como en Estados Unidos; tampoco hay ministros, los tianguis no abren de noche ni tienen impresoras, y Ciudad de México hace años que ya no se llama Distrito Federal. Otros detalles son racistas y estigmatizantes como cuando dicen que Emilia Pérez (el personaje) huele a “guacamole”. La película también banaliza y caricaturiza la crisis humanitaria de las personas desaparecidas en México y el complejo problema social que es el narcotráfico. Además de eso, las canciones son ridículas, el guion es aún peor y el número musical que celebra una vaginoplastia pasará a la historia como uno de los episodios más transfóbicos de la historia del pop. Emilia Pérez no tiene salvación.
A pesar de eso, en las entrevistas que han dado el director y el elenco todos hablan de la película como si fuera una vanguardista obra de arte, e incluso han descartado las críticas por ser ignorantes o marginales. Eso provocó que un grupo de mexicanos, con la dirección y guion de Camila Aurora González, grabaron Johanne Sacrebleu, un “homenaje” a Emilia Pérez de 29 minutos, con boinas, bigotes y ratas de peluche, canciones igual de ridículas que las de la original, pero estas sí con ingenio y ritmo. En palabras de González, esta es la historia de una mujer trans, Johanne Sacrebleu, “pero sus sueños se verán interrumpidos cuando se enamora de Agtugo Ratatouille, un hombre trans amante de discriminar musulmanes que será flechado por nuestra protagonista”. La parodia terminó siendo la respuesta perfecta, e incluso diría que supera con creces a la original.
El poder blando es el poder no coercitivo de los Estados. En el Global Soft Power Index (de 2023), Francia ranquea de sexto y México de 41 en el ranking general, “de 26 en el apartado cultural e histórico y de 18 en la categoría de familiaridad con el resto del mundo”. La influencia cultural es parte medular de la política exterior de ambos países, y por eso el problema de Emilia Pérez es más que sensibilidades nacionalistas. Y también es evidente que nada de esto pasaría sin una desigualdad de poder que Johanne Sacrebleu ilustra muy bien: si a una persona latinoamericana se le nota que no conoce Francia es una ignorante, pero si un aclamado director francés hace una obra que despliega su ignorancia sobre México, sobre el narcotráfico, sobre la experiencia trans, su entorno, igual de ignorante, tiene el poder de llamarla arte.