Esta vez la víctima es Ana María Serrano Céspedes, de 18 años. Vivía con sus padres en el estado de México y estudiaba cardiología. Todo indica que el feminicida fue su exnovio, Alan Gil Romero, un compañero de colegio con quien había tenido una relación de año y medio y habían terminado en junio. Desde entonces, Gil la estuvo acosando de forma cada vez más insistente e incrementó los reclamos por celos que se habían vuelto más intensos al final de la relación. El crimen se descubrió porque parece que el feminicida envió mensajes de despedida desde el celular de Ana María a su familia para simular un suicidio. Su madre, que estaba de viaje en Europa, se dio cuenta de que el mensaje era extraño y que no correspondía con el estado emocional de su hija, y le pidió a un vecino que fuera a ver qué pasaba en la casa.
Gil fue detenido rápidamente. La autopsia mostró que había sido un feminicidio y en la escena del crimen se encontró un tapabocas y una gorra usada por Gil. Su defensa la tendrá difícil, pues, según las cámaras de seguridad, fue a la residencia tres veces ese día: a las 3:55 de la mañana, a la 1:00 de la tarde, cuando habló con la empleada doméstica y, finalmente, a las 6, cuando Ana María estaba sola. Llevaba, además, un carro sin placas y estas circunstancias podrían indicar premeditación. Si este caso queda en la impunidad sería un fracaso rotundo para la fiscalía mexicana, que tiene bastante presión para dar resultados, pues el estado de México es uno de los lugares con más feminicidios diarios en todo el país.
“La sobrina del ex ministro de Hacienda de Colombia” llamaron los medios a Ana María durante al menos un día, después de que su tío condenara de la tragedia en X, antes Twitter. Como suele pasar cada cierto número de semanas, el ciclo de noticias se engolosina con un feminicidio que se presenta como inesperado, aunque siga los patrones de la mayoría. Esto es lo que hace que sea tan frustrante, pues, aunque conocemos los patrones, no hemos logrado implementar políticas públicas eficientes que sí logren prevenir los feminicidios. Como sociedad escuchamos siempre estas historias con extrañeza, “Nunca creí poder estar tan cerca de un acto tan brutal y despreciable como un feminicidio”, dijo José Manuel Restrepo, quizás eso sentimos todos. Ana María ni siquiera tuvo que salir de su casa para exponerse a la violencia.
Quizás la pregunta más urgente es: ¿cómo es que nuestra sociedad construye a los agresores? ¿Qué es lo que lleva a un casi adolescente a convertirse en un agresor? y ¿cuánto hemos normalizado las señales de violencia que pasan una y otra vez frente a nuestros ojos sin que podamos verlas a tiempo para salvar una vida? ¿Cómo sería un programa de prevención que pudiera identificar comportamientos de riesgo en agresores? La impunidad es tan grande que a veces solo nos alcanza para pedir justicia, pero también necesitamos el presupuesto, la voluntad política, el esfuerzo colectivo de toda la sociedad –no solo de las feministas– para desarrollar más y mejores modelos de prevención.
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