En cosa de una semana, los demócratas gringos lograron que Biden dejara la carrera presidencial y se unieron alrededor de la vicepresidenta Kamala Harris, quien ya logró empatar a Trump en las encuestas. El cambio fue una bocanada de aire fresco para una elección que olía a naftalina. Harris, además, tiene más cosas a su favor que simplemente “no ser Trump”. Por un lado, y a pesar de ser parte del gobierno, el electorado sabe relativamente poco sobre ella, no tiene que lidiar con años de críticas en los medios de comunicación como le sucedió a Hillary Clinton en su momento. Harris también es una reconocida defensora de los derechos sexuales y reproductivos, incluido el derecho al aborto, que terminó restringido en buena parte del país gracias a Trump. No tiene que armar de la nada un equipo de campaña porque cuenta con el de Biden. Su risa y su desparpajo funcionan muy bien en redes, tiene un equipo de comunicaciones que supo conectar inmediatamente con la Generación Z, y fue refrendada por la cantante del verano, Charli XCX. Su campaña ha logrado enmarcar su candidatura como una lucha del “bien contra el mal”, de una fiscal contra un criminal, tan exitosamente que lo dijo el mismo Trump.
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Todo esto vino con un cambio radical de tono: hasta hace unas semanas los demócratas hablaban de Trump como la más “terrible amenaza a la democracia” (y lo es), pero el miedo no estaba moviendo a votar a muchas personas que no estaban dispuestos a salir a votar por Biden. La campaña de Harris no minimiza la amenaza que encarna Trump, pero ahora también habla de él como un tipo “raro”, “ridículo”, ataques que parecen tontos, pero que van directamente al ego de Trump y él no sabe cómo defenderse. Menos cuando su elección de fórmula vicepresidencial es también un tipo raro y ridículo, que la emprendió en contra de las personas sin hijos y que, en otro extraño giro inesperado, tuvo que salir a desmentir que se folló un sofá.
En el sistema electoral estadounidense, el resultado de la elección depende de los llamados swing states, o estados pendulares, en donde aún no se sabe qué partido ganará, y que este año son Michigan, Wisconsin, Pennsylvania, Nevada, Arizona, Georgia y Carolina del Norte. Cuando el candidato era Biden, había varios estados que se daban por perdidos y por eso la campaña se estaba concentrando en conquistar Michigan, Wisconsin y Pennsylvania; con Harris, se revive la posibilidad de ganar Nevada y Arizona.
Ningún candidato presidencial es perfecto y Harris no es la excepción. Siendo fiscal le sirvió al sistema carcelario, atroz y punitivista. Pero estamos hablando de Estados Unidos, ¿qué esperábamos? El imperio es el imperio, pero es significativamente peor si lo dirige Trump. La elección de presidente siempre es, necesariamente, una decisión pragmática. Dice el politólogo argentino Antoni Gutiérrez-Rubí, que “los electores acaban pensando lo que sienten”, para hacer referencia al impacto de las emociones políticas en los procesos electorales. Gutiérrez-Rubí dice que con frecuencia “la política progresista” subestima esas emociones, pues está “instalada entre la vanidad ideológica y la prepotencia programática”, y quizás eso es exactamente lo que pasaba cuando los demócratas pretendían ganar con Biden como candidato. Pero la llegada de Harris quedó asociada con emociones como el entusiasmo, la esperanza, que son más poderosas, y mucho más difíciles de lograr que el miedo.