La posesión presidencial de este domingo fue popular, multicolor, poética, y logró llenar de esperanza no solo a Colombia, también a toda América Latina. En este país tenemos una tendencia a pensar que “de eso tan bueno no dan tanto”, es un cinismo fraguado en el Frente Nacional, en un país que siempre ha sido desigual y de derecha, donde la violencia ―hasta ahora― había esfumado las posibilidades reales de alternancia de poder y donde el pueblo siempre se ha sentido al vaivén de un mal gobierno u otro. Por eso se siente hasta cursi decir que lo que está pasando nos llena de una ilusión irremediable, que ha logrado sobrepasar al endémico cinismo nacional. No creo que sentir ilusión y esperanza sea una ingenuidad, esto no es un espejismo, es un cambio real, por eso le creo a Petro cuando dijo el domingo: “Hoy empieza la Colombia de lo posible.”.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Difícil, claro, llevamos casi toda la historia de Colombia pensando que no se puede y que nos tendríamos que resignar a que por siempre nos gobernaran los mismos y las mismas salidas de los mismos colegios. Las élites siguen ahí, eso es indiscutible, pero en la cúspide hay un mandato popular, hay unos cuerpos, unas formas, unos modales, unos colores en los que el pueblo colombiano sí puede reconocerse. El domingo por la noche la Casa de Nariño festejó con Bad Bunny y con la Banda 19 de Marzo de Laguneta. Todos estos cambios que a simple vista podrían parecer solo estéticos no son cosa menor, porque son un anuncio de que cambiaron las banderas del poder.
Y cambiaron las prioridades: por décadas los discursos presidenciales en Colombia han tenido por tema central la “seguridad”, un eufemismo para continuar y recrudecer la guerra y justificar el gasto militar. Petro, en cambio insiste en que este será un “gobierno de la vida”, y su política de seguridad está basada en cumplir los Acuerdos de Paz, y en su discurso, cuando menciona al Ejército, habla de por fin ponerlos a “construir casas”, algo que sí repara y mejora la vida de la ciudadanía. También pone en el centro la soberanía alimentaria para lograr que en Colombia haya “hambre cero” y combatir la desigualdad de género poniendo como prioridad una política de cuidados.
Muchos de estos cambios están anclados en una reforma tributaria y una reforma agraria que serán retadoras, especialmente porque no le convienen a los ricos, pero que también son inaplazables si queremos tener una Colombia moderna y justa.
Entre sus propuestas globales más audaces está “cambiar la deuda externa por gastos internos para salvar y recuperar” el medio ambiente, empezando por la selva amazónica. También habla de crear una coalición latinoamericana que aumente la capacidad regional para la investigación científica y que coordine los servicios de salud, las compras de medicamentos de forma unificada (para que no nos vuelva a pasar lo que nos pasó con las vacunas contra el covid), unificación de la red de energía eléctrica y cambios de política energética a nivel regional. Habló también de alianzas con el sur global, como África y el “mundo árabe”. Y también habla de que Colombia lidere un movimiento para acabar la guerra contra las drogas y cambiarla por una “política de prevención fuerte del consumo en las sociedades desarrolladas”, de manera que sean las potencias quienes se hagan responsables y que los países productores dejemos de poner los muertos.
Para hacer este proyecto realidad se necesita más que Petro, más que un gobierno de cuatro años, esta apenas es una hoja de ruta. Pero es la ruta que los movimientos sociales latinoamericanos hemos estado pidiendo por años y que por fin está siendo reconocida de forma oficial por gobiernos progresistas de la región. Se necesita un esfuerzo inmenso y colectivo, como con todos los grandes proyectos de la humanidad, y podemos estar a la altura. El primer paso para que todo esto sea posible es imaginarlo.