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Muchas personas usan las palabras sexismo y misoginia como si fueran intercambiables, sinónimos o al menos dos formas de nombrar el mismo problema. Para la filósofa estadounidense Kate Manne, diferenciarlas conceptualmente es clave para poder entender los problemas de discriminación y violencia que vivimos las mujeres y las personas feminizadas. Su libro Down Girl: The Logic of Misogyny, publicado en 2018, se convirtió rápidamente en un clásico de la teoría feminista y es crucial para entender cómo funcionan las dinámicas de poder al interior del patriarcado.
Para Manne, el patriarcado es un sistema de poder y el sexismo es la serie de creencias o ideologías que fundamentan y justifican ese sistema de poder. La misoginia es una forma de hostilidad dirigida hacia las mujeres, niñas y personas femeninas o feminizadas, para obligarlas a seguir las normas que dicta el sexismo del patriarcado o castigarlas por no hacerlo. Manne dice que es como el brazo policial, porque son las acciones que se encargan de poner en cintura a las mujeres y devolverlas a “su lugar”, que en el patriarcado es uno de subordinación.
Mucha de esta hostilidad tiene que ver con que la gran mayoría de los hombres han sido educados para creer que las mujeres les debemos cierto trato especial. El ejemplo de Manne es el siguiente: “Imaginemos a una persona en un restaurante que espera un trato diferencial —el cliente siempre tiene la razón— y además espera que le den la comida que ordenó de forma servicial y con una sonrisa. Ahora imaginemos que la mesera no le está poniendo atención a él, sino que está concentrada en otras mesas. O, peor, imaginemos que no sirve a nadie, sino que pasa su tiempo en el callejón del restaurante fumando un cigarrillo, ignorándolo. O, peor todavía, imaginemos que esa mesera espera que él sea quien la atienda. Es muy fácil imaginar a ese cliente sintiéndose confundido, luego furioso y finalmente quejándose con la administración y atacando a la mesera”. Él cree que está en todo su derecho de hacerlo y, más aún, que es “lo justo”. Sin embargo, en la vida real, los hombres no son nuestros clientes y las mujeres no somos sus meseras.
La misoginia funciona con un modelo de incentivos y castigos. A las mujeres que se ajustan a las normas del sexismo la misoginia las premia y las celebra, mientras que a las que rompen las reglas la misoginia las castiga. Con frecuencia definimos “misoginia” desde su etimología y concluimos que se trata de un “odio hacia las mujeres”. Esta es una definición confusa porque se basa en una condición psicológica y la verdad es que muchas de las personas que atacan o violentan a las mujeres dirán que “no las odian”. En efecto, muchos feminicidas “aman a su mamá” o incluso se atreverán a decir que “aman” a sus víctimas. Esto también explica por qué la misoginia puede ser actuada o ejecutada por mujeres que, evidentemente, no se odian a sí mismas. El giro que da Manne está en definir la misoginia no a partir de las disposiciones psicológicas individuales, generalmente inescrutables, sino a partir de su función social: controlar a las mujeres para que no sean disruptivas frente al sistema del patriarcado. Aunque la misoginia parece un problema personal, en realidad es un problema político. Y esto hace que sea más fácil entender por qué ciertas mujeres, como las feministas, recibimos un trato misógino reiterado, no por razones psicológicas o decisiones individuales, sino por un problema estructural.
