La nueva izquierda

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Catalina Ruiz-Navarro
05 de julio de 2018 - 02:00 a. m.
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El domingo por la noche, los y las mexicanas de Ciudad de México salieron a las calles a celebrar con una euforia que solo suele producir el fútbol. En el momento en que se abrieron las puertas del metro en la estación Zócalo todos empezaron a gritar “¡Es un honor estar con Obrador!”. Era más que evidente que todos íbamos al Zócalo a escuchar su discurso triunfal luego de arrasar con el 53 % de los votos. En la plaza, en donde por más de 12 años hubo fuertes y violentas represiones contra los manifestantes, nos recibieron con rancheras y cumbias. La gente bailaba y cantaba, ondeando banderas de México y de Morena (el partido de López Obrador, cuyo nombre le hace un ingenioso guiño a la omnipresente virgencita de Guadalupe), otros llevaban muñecos o máscaras del “Peje”, como se conoce informalmente al presidente electo de México, pues alguna vez, queriendo insultarlo por su origen tabasqueño y caribe, lo bautizaron Pejelagarto. En los 18 años que ha durado esta campaña, se logró darle la vuelta, el insulto se convirtió en un mote de orgullo. Era hermoso ver cómo se llenaba la plaza con gente “real”, es decir, gente que salía con sus familias, abuelos y niños a celebrar, que no llegaron acarreados. Gente que visiblemente representaba a la clase media mexicana: lloraban y reían, era una celebración de verdad.

Hay dos claves de la victoria de López Obrador que me parece importante resaltar. La primera es su persistencia: lleva 18 años haciendo campaña sin parar, recorriendo cada rincón perdido del país, relacionándose de tú a tú con la gente. Es una estrategia política que también le funcionó a Uribe con sus consejos comunitarios, solo que esta vez, López Obrador se dedicó a escuchar. Esos 18 años de continuidad implican también un relevo generacional, y otra cosa que muestra López Obrador es que la afinidad con los y las jóvenes no depende de la edad, sino de las ideas. La segunda es que “AMLO”, como se conoce al candidato, supo inscribirse en el poderoso pop mexicano, su “nacionalismo popular”, llamado también “honestidad valiente”, es el mismo valor de todo el entretenimiento mexicano. Su cierre en el Estadio Azteca parecía más un festival de música, y en el escenario perfecto para fotos históricas se echó un discurso que mostró que su éxito no es solamente cosmético.

Para que la centroizquierda progrese tenemos que tener una clase media crítica y fortalecida. Esa es una de las grandes diferencias entre Colombia y México, en donde la educación pública posibilita de manera efectiva la movilidad social. Eso ya lo convierte en un país menos clasista. Otra cosa que siempre me ha impactado de México es que le duelen sus muertos. En México marchan por 43 desaparecidos mientras nosotros reelegimos al régimen que asesinó extrajudicialmente a 10.000 y nos quedamos tranquilos en nuestras casas, a pesar de que los y las lideresas sociales son asesinados a diario en las regiones. Los muertos que dejó Peña Nieto, en cambio, votaron en las urnas, porque viven en la memoria de una ciudadanía que sí tiene memoria.

López Obrador no es perfecto, pero su carrera política ha probado que no es ni un mentiroso ni un ladrón. Quizá su mayor defecto es su alianza con el partido de los evangélicos, el PES, pero también se ha tomado fotos con la bandera de la diversidad y en su discurso del pasado domingo prometió respetar la diversidad sexual. Sus ideas no son socialistas, aunque parece que así se llama ahora a toda política pública que priorice la educación y el bienestar social. López Obrador también tiene una respuesta clara y sencilla a quienes le dicen que tanto bienestar es fiscalmente irresponsable: la plata la hay y siempre la ha habido, pero para acceder a ella hay que acabar con la corrupción. Es más, promete disminuir su sueldo, y el de otros funcionarios públicos, a menos de la mitad, vender el avión presidencial y convertir a Los Pinos, la infranqueable residencia presidencial, en un parque público para todos los mexicanos. Su llegada a la Presidencia de México, uno de los países más influyentes de la región, tanto cultural como políticamente, marca el nacimiento de una nueva izquierda latinoamericana, una que ha aprendido de los errores de Chávez y de Castro, que no está interesada en ejercer un gobierno totalitario, pero sí en poner primero el bienestar social. Una izquierda que no le apuesta a las armas, sino a la democracia.

@Catalinapordios

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