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La periodista Isabel Caballero publicó hace poco en la revista Cambio un reportaje sobre la situación extrema que viven mujeres y niñas en el Catatumbo: “Al menos ocho mujeres fueron asesinadas en Tibú en el lapso de tres meses. Más de 50 huyeron desplazadas ante la amenaza de hombres con cascos y la circulación de videos que las recriminaban por sus supuestas vidas sexuales, por hipotéticos abortos o por presuntas relaciones con miembros de la fuerza pública”. El artículo denuncia que, en los videos y letreros amenazantes que circulan, todos los insultos tienen un contenido misógino: “La prepago, la come viejos, la quitamaridos, la come traqueto, la perra, la diabla, la agasapadita”. También que las mujeres son las víctimas en el 13 % de los homicidios cuando la media nacional es el 7,6 %. Y lo más grave: que, de todos estos crímenes, explica Caballero, la Fiscalía solo ha tipificado uno como feminicidio.
Es probable que esto suceda por dos razones: por un lado, que las y los fiscales no están debidamente capacitados en perspectiva de género, no es solo que no conozcan los protocolos, o que no los sigan, es que sus prejuicios machistas no les permiten ver con claridad la violencia de género. Otro problema es que, como señaló Rita Segato, el concepto de feminicidio se queda corto para explicar la violencia contra las mujeres, y por eso la penalista María Camila Correa, consultada en el reportaje, hace una comparación entre lo que está pasando en Tibú y la trágicamente célebre Ciudad Juarez.
En su estudio de caso sobre la ciudad fronteriza mexicana, Segato señala que hay muchas mujeres asesinadas a manos del crimen organizado, cuyas muertes deberían ser consideradas feminicidios pues también las asesinan “por ser mujeres”. Quizá no se trata de feminicidios perpetrados por una pareja o expareja íntima, que es la forma de feminicidio más divulgada y estudiada, y que se ha usado para basar la mayoría de los tipos penales de este estilo. En el caso de Ciudad Juárez, Segato señaló que en estos asesinatos cometidos por bandas criminales se castigaba y ultrajaba el cuerpo de las mujeres con sevicia, y expresividad, pues estos feminicidios eran un mensaje para todas las mujeres sobre lo que podría pasarles a ellas.
En el caso de Tibú es más que evidente que a estas mujeres las están matando, amenazando y desplazando por ser mujeres. Por ejemplo, Caballero cuenta en su reportaje que una de las amenazas más interesantes está provocada por el vínculo real o inventado con un miembro de la fuerza pública: “en este mar de insultos misóginos se destacaban algunas mujeres a quienes acusaban de tener relaciones sexuales y afectivas o familiares con miembros de la fuerza pública: «La mosa de la policía» (sic), «La come soldados», «La come policías y sijinetos» y «La hija del sargento».En un pueblo asolado por el conflicto, como Tibú, situado en el corazón del tumultuoso Catatumbo, esta puede ser una sentencia de muerte. Y, de hecho, lo fue”. En estos casos particulares, el blanco de las amenazas suele ser el policía o el soldado, y si usan a las mujeres para hacerles daño es porque son vistas como una extensión del ego del amenazado. Ellas se encuentran en esta situación no por alguna acción específica sino por ser mujeres en la periferia de hombres, en medio de la violencia y el conflicto. Matarlas no es más que una contingencia. Al hacerlo las desnudan y las torturan de formas que son específicas al género. Es más que evidente que todas estas amenazas tienen que ver con el hecho de que son mujeres, son “amenazas con perspectiva de género” y sin embargo no caben en la mirada más tradicional de lo que es un feminicidio.
Lo que Segato observó en Ciudad Juárez no es algo particular a la ciudad mexicana, en medio del conflicto colombiano siempre hemos tenido este tipo de feminicidios, pero hasta ahora, incipientemente, empezamos a reconocerlos.
