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En el ensayo La voz pública de las mujeres, que se ha convertido en un clásico, la académica inglesa experta en historia antigua de Grecia y el Imperio Romano, Mary Beard, arranca con una cita de La Odisea que constituye el más antiguo registro de un hombre mandando a callar a una mujer en la historia de la literatura occidental. En ella, Penélope le pide, a un bardo que canta un lamento sobre la guerra, que cambie a una tonada a algo más alegre, y su joven hijo, Telémaco, la interrumpe para básicamente decirle que vaya a la cocina a hacerle un sándwich: “Vete a tu habitación y dedícate a lo tuyo, al telar y a la rueca. Ordena que las esclavas se ocupen de lo propio. La palabra es cosa de hombres, de todos, pero aquí es sobre todo mía, porque es mío el poder de este palacio”. Para Beard esta sentencia, que “la palabra es cosa de hombres”, es punto de partida para una investigación sobre cómo las voces de las mujeres han sido expulsadas de lo público.
Beard explica, más adelante, que no era solo que en la Antigüedad las mujeres no hicieran parte de lo público (no tenían derechos políticos y una muy limitada independencia económica), sino que el hablar en público sobre temas públicos, era lo que definía la masculinidad. El tono más agudo de la voz de las mujeres se asociaba con la cobardía, y un erudito, Dio Chrysostom, llegó, sin ironía alguna, a preguntarle a su audiencia si podían imaginarse un escenario más apocalíptico que aquel en donde hombres perdieran el tono grueso de su voz y empezaran a hablar como las mujeres. Para el orador, esto sería incluso peor que la llegada de una plaga mortal. El ensayo de Beard es de hace diez años, pero en ese momento incluso menciona que en el parlamento afgano le apagaban el micrófono a las mujeres cuando no querían escucharlas; una forma de discriminación que hoy se ha materializado en la prohibición absoluta de las voces de las mujeres en público.
Beard hace especial énfasis en todas las formas de hostigamiento misógino en línea, que en 2014 parecían una novedad y hoy se han convertido en el statu quo. A veces se olvida lo breve que ha sido la historia de la voz pública de las mujeres; parece un derecho conquistado de sobra aunque, en realidad, el silenciamiento es una amenaza latente, que viene desde todos los espectros políticos. El informe Violencia de género en línea hacia mujeres con voz pública. Impacto en la libertad de expresión 2022, publicado por ONU Mujeres y la Alianza Regional por la Libertad de Expresión e Información, estudia el impacto de años de hostigamientos a mujeres con voz pública, defensoras de derechos humanos y periodistas, y encontró que “las consecuencias no son exclusivamente individuales, sino que se derraman y generan más repliegues: de colegas y activistas que rehúyen de la visibilidad, y de otras mujeres que no quieren ser entrevistadas o participar de un debate público para no ser hostigadas. Por cada mujer silenciada o que se intenta acallar, son varias las que se retiran o ni siquiera llegan al debate público”.
Hace poco al presidente Petro se le ocurrió decir que las periodistas en Colombia somos como “las muñecas de la mafia”. Luego él y sus seguidores quisieron explicarnos que solo debíamos sentirnos aludidas si éramos de derecha o “periodistas del poder”, pero la realidad es que la estigmatización nos cae a todas. A las voces públicas de las mujeres, las de las zurdas y las de derecha, con una conquista histórica que se defiende a diario. Porque el derecho a la libertad de expresión no es solo para las que están siempre de acuerdo con el presidente, algo casi imposible cuando él mismo nos expone a hostigamientos virtuales con su misoginia casual.