En las últimas dos semanas se definieron las dos candidaturas más importantes para la contienda presidencial en México el próximo año, y son dos mujeres: Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Claudia Sheinbaum fue hasta hace poco la jefa de gobierno de la CDMX y acaba de ser nombrada la “coordinadora de la defensa de la Cuarta Transformación”, que es como se autodenomina el gobierno de AMLO, a través de cinco encuestas que se hicieron en todo el país para determinar cuál de los presidenciables de Morena era el más taquillero. El proceso fue muy criticado porque fueron una especie de primarias no manifiestas, en donde no podían discutirse programas o posturas ideológicas. Se dijo también que el resultado estaba cantado porque Sheinbaum siempre ha sido la favorita de López Obrador, la más leal, y su gran cualidad es que promete ser un proxy del presidente. Esa es su mayor fortaleza y su mayor debilidad, Sheinbaum no está ahí por su carisma o por su personalidad, sino por ser una funcionaria pública fiel y una tecnócrata aplicada que promete darle continuidad a este sexenio. AMLO ha dedicado gran parte de su mandato a darle una robusta estructura territorial a Morena, con la mermelada que desde tiempos del PRI ha aceitado la política mexicana, y de todas formas en México no gana el voto de opinión: para llegar a la presidencia se necesita maquinaria. Sheinbaum es una mujer competente, de eso no hay duda, pero durante su mandato en CDMX reprimió marchas feministas y le dio cargos con poder a feministas transexcluyentes. También dice que apoya las políticas de AMLO de militarización del país, que han sido lo peor de su gobierno.
Xóchitl Gálvez terminó siendo la candidata del Frente Amplio (la alianza entre el PAN, el PRD y el PRI) porque la oposición no tenía con qué hacer un caldo, y ella, una política carismática y muy hábil con la prensa, se coló en la agenda de la opinión pública por retar al presidente, al punto que este la empezó a mencionar en la ‘mañanera’ subiéndole el perfil. Nació en Hidalgo, dice que tiene ascendencia indígena, pero nunca ha trabajado articulada con las comunidades indígenas. Estudió ingeniería en la UNAM con una beca, llegó a ser empresaria y luego se lanzó a la política con el PAN. Piensa darles continuidad a algunas políticas de AMLO, como el Tren Maya (lo segundo peor de su gobierno) y a los programas sociales. Según quién le pregunte dice que legalizará las drogas y hasta dice que es de izquierda, tan de izquierda como puede ser alguien que trabajó con Vicente Fox. El Frente Amplio no tiene la penetración territorial del PRI, pero Gálvez es muy hábil con la prensa y le apunta a verse y escucharse como cualquier señora mexicana que está organizando la posada de Navidad.
La trayectoria política de ninguna garantiza que la agenda feminista o, en general, la de derechos humanos, avance con cualquiera de ellas en el poder, pero dos candidatas presidenciales con posibilidades reales de ser elegidas harán que los derechos de las mujeres sean un tema inevitable en las campañas. Será instrumentalizado, por supuesto, y será muy frustrante, pero también abre el espacio para una conversación ciudadana que ponga a los feminismos en el centro.