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En 2007, la periodista estadounidense Naomi Klein publicó el libro Doctrina Shock para hacer sentido de la política estadounidense en la era Bush y después de la caída de las Torres Gemelas. Klein parte del trabajo del reconocido economista, Milton Friedman, y sus recomendaciones para hacer cambios radicales para implementar el neoliberalismo, aprovechando las crisis como una oportunidad. Para Klein, la receta de Friedman es privatizar el Estado, desregular la acumulación de capitales y recortar el gasto social. Klein también habla del proyecto a largo plazo de formar ideólogos y economistas tecnócratas que puedan entrar al Gobierno en estos momentos de crisis.
Klein identifica dos recursos retóricos: el anuncio de que las nuevas medidas serán una “medicina amarga” que generarán sufrimiento e incomodidad en el corto plazo, pero que a la larga será un percance necesario pues el resultado a largo plazo será “mejorar la economía”; y la estrategia de aturdir a la ciudadanía con noticias angustiosas que van desde cortinas de humo hasta crímenes de lesa humanidad, para que no podamos organizarnos ni protestar ante el nuevo régimen. En su libro, Klein hace un seguimiento de cómo esta estrategia fue puesta en práctica en países como Chile y Bolivia, en donde el resultado a largo plazo fue el aumento de la desigualdad.
El modelo que describe Klein parece tener varios adeptos entre los gobernantes autoritarios de hoy, que lo han adaptado a su manera (a veces de formas que Friedman no aprobaría). En El Salvador, Bukele ha usado la metáfora de la “medicina amarga” en sus dos discursos inaugurales, presentándose a sí mismo como “el único médico” que puede “curar” a El Salvador de su “gran enfermedad”, que en este discurso son las pandillas. La criminalización y persecución de líderes sociales y la construcción de la mega cárcel del CECOT (básicamente un centro de tortura) sirven para seguir gobernando sin rendición de cuentas y sin resistencia ciudadana. A diferencia del modelo de Friedman, Bukele ha ampliado los poderes del Estado, que en este punto es indistinguible de él mismo, y ha hecho reformas inconstitucionales que le ganaron la posibilidad de una reelección indefinida.
En Argentina, Milei, que sin duda es un admirador de Friedman, ha usado el símbolo de la motosierra para ejemplificar el desmantelamiento de las instituciones de un Estado que ha cortado en pedacitos. La represión de la protesta y la pauperización de la clase media le han permitido también aplastar cualquier forma de resistencia. En Estados Unidos, Trump ha presentado como una amenaza la migración de personas racializadas, y con esa justificación ha ampliado el presupuesto de ICE y de los centros de detención. Su comportamiento errático, la avalancha de órdenes ejecutivas y de malas noticias, sigue el modelo que Klein describe en su libro. La principal diferencia es, por supuesto, los aranceles, a veces arbitrarios y a veces politizados, que alejan a EE. UU. del libre mercado y lo acercan a un nacionalismo proteccionista, pero que generan el caos y el terror que son claves en la estrategia de comunicaciones de la Doctrina Shock.
Los tres presidentes también tienen en común un gusto por las criptomonedas, el gesto autoritario de declarar estados de emergencia para implementar paquetes de leyes sin pasar por el legislativo y el incremento de la deuda nacional. En los tres casos, el objetivo de imponer el libre mercado ha pasado a un segundo plano, y el nuevo objetivo parece ser el recrudecimiento de la desigualdad, que fortalece a una clase de multimillonarios globales y destruye el bienestar de la mayoría, dejándonos aún más vulnerables a la explotación. Entender estos modelos y estrategias es clave de cara a las elecciones presidenciales en Colombia en 2026, para prevenir la llegada al poder de otro gobierno antiderechos y autoritario en la región.
