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No más casas sin gente, no más gente sin casas

Catalina Ruiz-Navarro

17 de julio de 2025 - 12:05 a. m.
"Las grandes ciudades turísticas se están llenando de apartamentos vacíos y sus habitantes se ven desplazados a las periferias": Catalina Ruiz-Navarro.
Foto: EFE - Quique García

La primera semana de julio en Ciudad de México, una congregación de vecinos para discutir el creciente problema de gentrificación en la ciudad, especialmente en los barrios o colonias más centrales y turísticas, se convirtió en una marcha espontánea que canalizó la rabia de la ciudadanía frente al desplazamiento y la falta de garantías sobre el derecho a la vivienda. El problema de la gentrificación, que se está agudizando en todo el mundo, ha desplazado de sus barrios a las personas que los han habitado toda la vida. Como explica Viridiana Ríos en El País: “De 2005 a 2021, los precios en todo México han aumentado en 247 %”.

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Muchos de los carteles en la marcha rechazaban la llegada de “nómadas digitales” del norte global, particularmente “gringos” que muchas veces pagan menos impuestos que locales, y ni siquiera se integran a la comunidad. Para los extranjeros del norte global, que ganan en dólares o en euros, es muy fácil llegar a México y rentar los inmuebles que ya los locales no pueden pagar. Por eso, muchos de los carteles criticaban la llegada de estadounidenses con una actitud colonizante, escapando de su país en crisis para llegar masivamente a México, atractivo por su cultura vibrante y precios más baratos. Como señalaban varios de los carteles: a muchos nómadas digitales les encanta México, pero no les gustan los mexicanos.

Quizás lo más problemático de la marcha fueron carteles del tipo “México para los mexicanos”, o “aquí se habla español”, que sugieren una xenofobia generalizada, como si todos los migrantes tuvieran el mismo impacto gentrificador. No todas las migraciones gentrifican; lo segundo está marcado por desigualdades de poder (económico y ante la ley) que generan migrantes de primera (gringos y europeos, llamados “expats”) y de segunda (migrantes racializados y de Centro, Suramérica y el Caribe). Y si bien es deseable que quienes lleguen se adapten a un nuevo contexto, por ejemplo, aprendiendo a hablar español, este idioma también fue impuesto por colonizadores, y borra lenguas locales que aún se usan, como el nahualt. Por otro lado, esta desigualdad económica no es solo frente a los extranjeros: los más ricos en México también lideran y se benefician de las mafias inmobiliarias.

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La crisis también se debe a que se ha frenado la construcción de nuevas viviendas, y que la mayoría de los constructores prefieren hacer viviendas de lujo, cuya venta les resulta más rentable. También hace falta mejorar las condiciones de los barrios de la ciudad, para que no sean solo unos cuantos los que cuenten con facilidades como parques, espacios verdes y hospitales, que hacen que vivir en esos barrios céntricos se vea como un privilegio. También, por supuesto, tiene que ver con funcionarios corruptos que adjudican los contratos de construcción y con la falta de regulación que permite que el modelo de Airbnb se haya convertido en una plaga: grandes inmobiliarias acumulan cientos de predios para rentarlos de forma temporal, destruyendo las comunidades y el sentido de pertenencia que se forman en los barrios, convirtiéndolos en espacios de cartón y desarraigo. Como resultado, las grandes ciudades turísticas se están llenando de apartamentos vacíos y sus habitantes se ven desplazados a las periferias.

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El problema de vivienda y gentrificación es un problema global. El mundo se ha dividido entre rentistas y propietarios. Los primeros trabajan de sol a sol para poder pagar un alquiler que sube todos los años y que en ocasiones hasta se duplica de un día para otro, y genera desplazamientos. Los segundos viven de esas rentas, muchas veces sin mover un dedo. Esto se debe a que, como lo han señalado varias académicas, como Carla Escoffie, la vivienda es vista como una mercancía y no como un derecho para las personas, y siempre es un error delegar al “libre mercado” el acceso a nuestros derechos.

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