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La semana pasada comenzó el juicio contra el francés de 71 años, Dominique Pélicot, quien durante una década estuvo drogando a su esposa, Gisèle, para dejarla inconsciente por las noches e invitar a casi una centena de hombres a violarla. La mujer sentía vacíos en su memoria y había estado buscando una explicación con varios medios, cuando la policía investigó a su esposo por tomarles fotos no consentidas bajo la falda a varias mujeres en un supermercado en el sur de Francia, y se encontraron con una USB con una carpeta titulada “abusos” en la que había almacenado videos de todas las violaciones. El hombre buscaba hombres dispuestos a violarla en el sitio web “Coco”, a través de un chat llamado “Sin su consentimiento”, y les daba instrucciones como quitarse la ropa en la cocina, aparcar lejos, y no usar perfumes para que su esposa no se diera cuenta. Son instrucciones escalofriantes porque evidencian que la mujer no sabía lo que estaba pasando. Dominique Pélicot contó en su confesión que de cada diez hombres a los que les proponía este trato siniestro, solo tres se negaban a aceptarlo, pero eran tan cobardes que no lo denunciaban.
En respuesta al caso, lo único que muchos hombres han logrado articular es el viejo y confiable “no todos los hombres”. No todos, pero sí más de cien. No todos pero siempre un hombre. Es apenas evidente que el caso Pélicot, que involucra a tantos, es un indicador de que hay algo muy mal éticamente con las elecciones que toman los hombres. ¿Qué importa que haya dos o tres que no hagan cosas tan monstruosas, si todas las mujeres, ahí sí todas, hemos vivido alguna forma de machismo, discriminación o violencia de género? ¿Qué están haciendo esos pocos hombres impolutos para cambiar la situación?
Ni a las mujeres ni a las feministas nos corresponde reinventarnos la masculinidad. Pero no podemos dejar de señalar la violencia que ha generado y genera esa masculinidad patriarcal e indolente. La masculinidad de más de cien hombres que disfrutaron penetrar a una mujer inconsciente. Si querían un objeto inanimado podrían haber comprado una muñeca inflable, pero no, eligieron violentar a una mujer, a una persona, a un ser humano que hoy nos cuenta que no sabe cómo reconstruir su vida. ¿Cuánta deshumanización se necesita para hacer algo tan perverso? Porque ni siquiera pueden decirnos que estas violaciones fueron un instinto, un impulso irracional, como lo dicen tantas veces a sabiendas de que el deseo humano es mucho más complejo que eso y de que son seres autónomos con fuerza de voluntad.
Además de desmarcarse insistentemente del problema, ¿van los hombres a hacer algo para cambiar sus formas violentas? Porque no les podemos seguir dejando este problema a las potenciales víctimas. El punitivismo no alcanza para castigar todas las atrocidades y definitivamente no las previene. La justicia restaurativa puede ser un primer paso para el cambio, pero tampoco alcanza a resolver el problema. Nada alcanza si los hombres no tienen una voluntad real de tratar a las mujeres y disidencias como seres humanos.
