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El fin de semana, los medios de comunicación del mundo se llenaron con la noticia de una nueva variante del coronavirus descubierta en Sudáfrica hace unos días. La noticia causó cierres de fronteras, caída de la bolsa, subida del dólar, pánico general. La variante se identificó el 24 de noviembre y ya hay casos en Australia, Alemania, Israel, Hong Kong y el Reino Unido. Ómicron ha sido identificada como una “variante que genera preocupación”, lo que significa una de tres cosas: o que la variante es más transmisible que otras, como la muy contagiosa variante delta; o que causa síntomas más severos de la enfermedad; o que es más resistente a las medidas de prevención como las vacunas. Cualquiera de las tres razones es suficientemente buena como para preocuparse.
A pesar de la alarma, es poco lo que se sabe en este momento de la variante. Los casos han aumentado en Sudáfrica en las últimas semanas, pero aún no se puede decir a ciencia cierta si esto es porque la variante ómicron es más transmisible o si se debe a otros factores, como eventos masivos. Tampoco se puede confirmar aún que produzca síntomas más severos o que sea más resistente a las vacunas. Pfizer y Moderna, que usaron la tecnología del ARNm para generar sus vacunas, han empezado a trabajar en actualizarlas para atender a la nueva variante. Otro factor que puede hacer que esto sea menos grave es que ya han empezado a desarrollarse tratamientos para el coronavirus, que están esperando aprobación de la FDA en Estados Unidos. Aunque se sienta como que estamos viviendo otra vez lo mismo, muchas autoridades de la salud afirman que en realidad estamos en un mejor lugar para enfrentar una mutación del virus, al menos ya se vislumbran tratamientos y hay un porcentaje importante de la población vacunada. Una nueva variante sigue siendo aterradora, pero estamos mejor que cuando comenzó la pandemia, ¿cierto?
Sí y no. Sin duda al menos tenemos avances científicos y dos años de acostumbrarnos a usar tapabocas y a confinamientos intermitentes (los cambios de comportamiento social son de las medidas más difíciles de implementar). Pero en muchas otras cosas estamos igual o peor, y eso es lo verdaderamente preocupante. Algo que se hizo evidente hace dos años, cuando estalló la pandemia, fue que años de gobiernos neoliberales con recortes a la inversión en salud y bienestar social nos habían dejado sin infraestructura para enfrentar el virus. A pesar de que todos los Estados tuvieron que implementar programas de vacunación, nadie puede decir que las condiciones de la salud pública han mejorado. Muy por el contrario, estos dos años de pandemia han dejado estragos en la salud física y mental de las personas en todo el mundo, y la salud sigue sin ser una prioridad política para los gobiernos.
Aún faltan semanas para poder entender los peligros que presenta la nueva variante; aunque la OMS emitió una alerta mundial, se necesitan muchas pruebas para tener datos suficientes y hacer una evaluación precisa del riesgo. Lo grave es que el mundo enfrenta la variante ómicron, y las variantes que sin duda vendrán, con una economía precarizada y una crisis de salud mundial. La primera parte de la tragedia es que las mutaciones del virus son hasta ahora inevitables. Estamos lejos de tener un porcentaje de vacunación mundial que sea suficiente para frenar el virus. Pero estamos aún más lejos del cambio de prioridades políticas necesario para atender esta pandemia y las que quedan por venir.
