La semana pasada Francia Márquez tuvo una conversación histórica con otra de las activistas más importantes del mundo, la feminista Angela Davis. Ambas son figuras centrales de la lucha antirracista y todas las luchas colindantes: descriminalización de las drogas, abolición de las prisiones, defensa de la tierra y el territorio, y feminismos. Márquez y Davis, entre muchos puntos, coinciden en que el sistema de encarcelamiento es una continuación de la esclavitud, pues son las personas empobrecidas, violentadas y racializadas quienes terminan víctimas del sistema carcelario.
Márquez explicó que en Colombia el conflicto armado ha sido usado “como estrategia política de seguridad democrática”, donde los cuerpos los han puesto las comunidades rurales y racializadas. Lo llama un “sistema de muerte” basado en “la expropiación de los territorios y la condición humana”, y propone “parir una política que coloque en el centro la vida, que sea capaz de frenar la crisis ambiental”, que use “el feminismo, el amor maternal, la justicia y la igualdad” para enfrentar esa política de muerte, que hace parte de un sistema global. Hizo además una crítica muy fuerte a los efectos nefastos que tuvieron las políticas de Obama, el primer presiente estadounidense negro, en las comunidades racializadas latinoamericanas. Cuando le pidieron comentar sobre Kamala Harris, dijo: “Sueño con el día en que las mujeres negras no tengamos que ser las primeras”.
Muchas personas aún ven la precandidatura de Márquez con condescendencia, como una excentricidad sin posibilidades reales de llegar a la Presidencia. Esto, por un lado, es un testimonio de lo desigual, machista, clasista y racista que es toda nuestra cultura electoral, en la que parece que esas posibilidades “reales” están reservadas para hombres blancos cisgénero con educación y propiedades. En esa medida, Francia Márquez es la antípoda de esas personas que en Colombia han tenido el monopolio histórico del poder. Por otro lado, esa condescendencia viene de una gran arrogancia e ignorancia de ese mismo poder, que no ve a Márquez como una amenaza. Estas ideas están detrás de comentarios del tipo “le falta experiencia”.
Es cierto que Márquez no tiene privilegios inmerecidos que le sirvan de trampolín para lanzarse a la Presidencia, pero experiencia sí tiene, como lo dijo en su charla con Davis: “Hay gente que me dice que ese no es mi lugar, que no tengo por qué disputar una candidatura presidencial, que espere, aunque llevamos esperando por dignificar la vida toda la vida, ¿hasta cuándo?”. Más adelante añade: “Hay gente que me dice que yo no tengo experiencia en gobierno y entonces por eso no tengo el derecho a tener aspiraciones para la Presidencia. Yo no tengo experiencia en esa política de muerte, no tengo experiencia en la corrupción, pero tengo otras experiencias en el cuidado que ahora lo queremos poner en el centro, el cuidado de la vida”.
Francia Márquez sabe que su candidatura es un desafío que implica reconstruir los métodos históricos de la política, y eso es lo más importante. Estamos acostumbradas a candidatos que se lanzan a la Presidencia buscando el poder por el poder. Márquez dice que para ella llegar a la Presidencia no es un fin, sino un medio para avanzar todas estas luchas y sembrar esperanza de cambio en las comunidades más oprimidas y marginadas de Colombia. Su candidatura nos invita a pensarnos con el otro o la otra, y a repensar ese cinismo paralizante y circular que insiste en que ningún esfuerzo de cambio vale la pena porque nada va a cambiar. También nos obliga a reconocer la importancia de un mandato popular, de un gobierno para el 99%, y a asumir que no podremos reparar nuestra violencia histórica hasta que entendamos que para enfrentar la muerte se necesita experiencia cuidando la vida.