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Se está debatiendo en el Congreso un proyecto de ley que busca prohibir el matrimonio infantil en Colombia, el vigésimo país del mundo en donde más se da esta práctica. La ley es indudablemente necesaria; sin embargo, la prohibición es apenas una medida que está lejos de ser la solución. Su impacto más positivo es que empecemos a tener esta conversación, a ver si dejamos de naturalizar, invisibilizar y malentender el problema y podemos avanzar hacia soluciones integrales que sean más eficientes.
A nuestra sociedad se le hace muy fácil rechazar el matrimonio infantil y las uniones tempranas (MIUT) pero, al mismo tiempo, les insiste a esas mismas niñas y adolescentes que su único propósito en la vida es ser esposas, amas de casa y madres. Si esto es lo que va a pasar, de una forma u otra, sentirán que simplemente están apurando una consecuencia inevitable. Al mismo tiempo, muchos hombres siguen con el chistecito de preguntar si una adolescente es “legal”, como si al tener 18 años y un minuto la relación dejara de ser abusiva e inmoral. El problema con las prohibiciones es que son reduccionistas; esta, por ejemplo, hace pensar a las personas que la edad y la madurez son un número y no un proceso, y no ayudan a entender que lo verdaderamente grave de estas uniones es la tremenda desigualdad de poder que deja a las niñas y adolescentes sin elecciones y expuestas al control y la violencia. El informe Análisis de situación de los matrimonios infantiles y las uniones tempranas en Colombia 2010-20, de Unicef, cita datos de Medicina Legal que muestran que, de la totalidad de casos de violencia doméstica y abuso en 2020, en el 97 % de los casos el agresor fue un hombre y en el 37,4 % de los casos la víctima se encontraba en una unión temprana.
La prohibición tampoco previene el grooming. El informe muestra que “las niñas que son abordadas por hombres mayores reciben obsequios y perciben un cierto respeto. Ellos las visitan en las afueras de los colegios, en los sitios de trabajo. Por un tiempo entran en la dinámica de la relación a escondidas, entienden y aceptan que la niña no puede contar nada en su hogar. Ella necesita esconderse y en la mayoría de los casos no cuenta a nadie de esa relación ni de las atenciones que está recibiendo”. Se esconden porque saben que es algo malo, pero no necesariamente saben por qué; los padres no les darían permiso, pero tampoco hacen (o no pueden hacer) nada para darles otras opciones que hagan a estas uniones menos atractivas. Otro factor determinante es el embarazo infantil y adolescente que las aísla y las empuja a estas uniones, pues “fluctúa entre estar normalizado por las comunidades o ser un hecho ampliamente juzgado”. Es decir, será difícil disminuir los MIUT si no se garantiza el derecho al acceso a un aborto seguro y oportuno.
Según Unicef el mayor factor determinante de los MIUT tiene que ver con la falta de redes seguras y sólidas para niñas y adolescentes. Muchas, señala el informe, se la pasan encerradas en la casa haciendo trabajo doméstico y tienen pocas amigas, mucho menos actividades extracurriculares, entonces se sienten solas y sin un proyecto de vida. A lo que el informe apunta es a que las niñas y adolescentes necesitan amigas, redes, sueños, terceros espacios en donde encontrarse con personas de su edad, actividades culturales que les permitan lo mismo y que les ayuden a encontrar un propósito intencional a sus vidas. Si queremos prevenir los MIUT, más que prohibirlas, necesitamos una política pública que garantice una educación sexual integral y con perspectiva de género, garantías de acceso a derechos sexuales y reproductivos, y espacios educativos y culturales, atractivos y amigables para las niñas y jóvenes.
