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Todos, todas y todes

Catalina Ruiz-Navarro
21 de marzo de 2012 - 11:00 p. m.

La RAE acaba de publicar un texto llamado "Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer", escrito por Ignacio Bosque y firmado 25 académicos.

El polémico artículo comenta una serie de guías de lenguaje “no sexista” elaboradas por diversas entidades, entre ellas el Ministerio de la Igualdad en España y critica lo que Bosque llama un “desdoblamiento léxico”, un recurso mamerto muy usado en los documentos legales y la retórica feminista y LGBTI con el que la mayoría de los hipanoparlantes estamos familiarizados (¿familiarizadas?).

Para argumentar que este tipo de construcciones son poco prácticas y hasta ridículas, Bosque cita el siguiente ejemplo de la Constitución venezolana: “Para ejercer los cargos de diputados o diputadas a la Asamblea Nacional, Ministros o Ministras; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de Estados y Municipios no fronterizos, los venezolanos y venezolanas por naturalización deben [...] cumplir los requisitos de aptitud previstos en la ley”.

Para los académicos el reclamo por el “lenguaje inclusivo” está basado en una premisa cierta: que las mujeres hemos sido históricamente excluidas, invisibilizadas y discriminadas. Sin embargo, Bosque dice que la gramática no puede ser “sexista” como no puede ser homofóbica, o demócrata. Afirma que el sexismo se encuentra en la perspectiva androcéntrica de la construcción de las frases, por ejemplo, dice, “los ingleses prefieren el té al café, como prefieren las mujeres rubias a las morenas” es una construcción sexista pues excluye a las inglesas que prefieren a los rubios (a algunas les gustarán las rubias, por qué no).

Bosque también señala que podría argumentarse que no hay tal cosa como un “género masculino” en español y que en su defecto todos los masculinos son “neutros”. También señala el problema de visibilizar el femenino en todos los casos y se pregunta si acaso cuando decimos “Juan y María están contentos” esto excluye a María, aun cuando el adjetivo está en plural. De aquí se derivan miles de problemas. Por ejemplo, ¿qué pasa con las personas intersex, con los transgénero y con los transexuales? ¿Cómo referirse a ellos-ellas-elles? ¿”Ellos/as/es”? ¿O qué tal el frondio y casi ilegible “ell@s”? ¿No implica esto triplicar el largo de cada frase? Y en ese caso, ¿de qué sirve una frase políticamente correcta que no comunica nada porque nadie la quiere leer?

Finalmente Bosque señala dos cosas: la primera es que el la labor de los lingüistas no es legislar sobre el idioma sino observarlo porque el lenguaje es algo que sucede, que está en constante evolución y cuya función esencial es comunicar y no forzarse a obedecer normas impuestas. La segunda es que en la queja por el “lenguaje inclusivo” se confunde el género de una palabra con el sexo de una persona, una confusión irónica, pues justamente la han señalado los mismos estudios de género y teoría Queer en los que a veces se funda este reclamo.

Si bien a veces es pertinente y de hecho, necesario, hablar de hombres y mujeres, el sexismo no nace en el lenguaje, y no se remedia cambiando las palabras sino las actitudes y las formas de vida, cambios a los que nuevos usos del idioma son inherentes. Sobre todo hay que tener presente que de entrada, ningún uso del lenguaje puede ser inclusivo si no comunica su mensaje eficientemente. Ocupar la discusión de la igualdad de género en la gramática es un distractor de los problemas de injusticia reales a los que nos enfrentamos, pues de nada sirve decir ciudadanos y ciudadanas si a ellas les siguen pegando más y pagando menos en virtud de su sexo.

@Catalinapordios

 

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