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Un vaho en la nuca

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Catalina Ruiz-Navarro
27 de diciembre de 2009 - 02:00 a. m.
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LA CUMBRE DE COPENHAGUE FUE una farsa. La reunión, que se acabó el 18 de diciembre, fue una colección de largas charlas infructuosas en la que se llegó al acuerdo político de seguir hablando sobre el tema hasta el año que viene.

No se llegó a ninguna acción contundente, porque siete de las 10 mayores empresas del mundo son petroleras, de manera que el dinero que tienen a su disposición les garantiza una enorme influencia en el sistema político norteamericano, que se traduce en compra de voluntades, según su conveniencia, y si a alguien no le conviene que se regulen las emisiones de carbono, es precisamente a las petroleras. Por eso las empresas de gas y de petróleo de Estados Unidos gastaron 121 millones de dólares para sabotear el tratado internacional en la capital de Dinamarca.

Los países industrializados serían los principales afectados si se regularan las emisiones de carbono y los menos afectados por un desastre ecológico. Un Informe del Banco Mundial de noviembre de 2009 estima que el 85% del impacto del calentamiento global incidirá sobre los países más pobres, justamente los que menos contribuyen con ese fenómeno. Países como Colombia son los más afectados debido a inundaciones y sequías más frecuentes, al deshielo de sus nevados y el deterioro de las condiciones de vida de sus pueblos por la contaminación del agua, el aire y el suelo. A países como Colombia, sin embargo, les interesa más estar en la buena con EE.UU. que arriesgarse a protestar o levantar la mano frente al gigante del norte para salvar sus ecosistemas.

Les hemos comprado nuestro estilo de vida a países industrializados, y zafarse de la comodidad que esto implica es muy difícil. Yo misma debo admitir que con frecuencia disculpo mis acciones contaminantes con retóricas sobre lo poco relevantes que son, y, como muchos, espero que los líderes mundiales resuelvan el problema como si la cosa no tuviera que ver conmigo. Tal vez nuestra inconsciencia se intensifica porque sentimos lejano el cambio climático; para muchos es algo que sólo afecta a unos pingüinos y a la cachaquería coqueta de Bogotá, que cada día se parece más a Honda.

La idea de “salvar el planeta” nos parece abstracta y tal vez la verdadera acción contundente es entender que no se trata de “salvar al planeta”, sino a nosotros mismos. Gustavo Wilches Chaux, consultor independiente sobre prevención de riesgos ambientales en Colombia, le dijo hace poco a una confundida presentadora de Telmex que el problema no es acabar con el planeta, el planeta seguirá de una forma u otra, lo que se está acabando no es la naturaleza, sino la viabilidad de la especie humana en el planeta Tierra.

Lo que se vio en Copenhague es que difícilmente se puede dejar el problema del calentamiento global en manos de los países industrializados, principales responsables del cambio climático debido a sus emisiones de carbono. A ellos no les conviene cambiar sus políticas. Los principales afectados, en cambio, seremos los habitantes de los países del tercer mundo que tenemos que entender que nuestro paso por la tierra tiene los días contados. Lo que se verá después de Copenhague es que eso del calentamiento global no es un problema abstracto, es un vaho amenazante que nos respira en la nuca y está en las manos de los tercermundistas irrelevantes detenerlo.

Catalinapordios.blogspot.com.

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