El mes pasado HBO estrenó un documental de cuatro capítulos sobre la polémica acusación de abuso sexual contra el aclamado director de cine Woody Allen por parte de su hija Dylan Farrow, quien en 1992 tenía siete años. En ese entonces esta denuncia fue desestimada por el gremio del cine y la audiencia, dándole más peso a la palabra de Allen, pero el documental llega en un momento en que la discusión pública ha dado un vuelco de 180 ° y hoy es difícil seguir pensando que los señalamientos contra el director son ambiguos.
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Allen tuvo una relación de casi una década con la actriz Mia Farrow. Ella había adoptado a varios hijos e hijas con su expareja André Previn, luego adoptó a dos más con Woody Allen y tuvieron un hijo biológico, el hoy periodista Ronan Farrow. Una de las hijas adoptivas del primer matrimonio de Farrow fue Soon-Yi Previn, cuya edad no era precisa en el momento de su adopción, pero debía estar rondando los 22 años en 1992. Es decir que Allen la conoció cuando era apenas una niña, 10 años antes, y la vio crecer. Un día Farrow encontró un paquete de fotos de Soon-Yi desnuda en el apartamento de Allen, los confrontó y puso fin a su relación con el director de cine.
Meses después, la menor de sus hijas adoptivas, Dylan, le contó a su madre que había sido abusada sexualmente por Woody Allen. En un video grabado por Farrow, Dylan cuenta cómo él se la llevó a un altillo y le tocó los genitales. El pleito legal fue un gran escándalo, pero a Allen no se le imputaron cargos, supuestamente para proteger a la niña. Por su parte, Allen dijo a todos los medios que Mia Farrow era una “loca”, una “mujer herida” que quería venganza porque su examante la había dejado por una de sus hijas. La relación de Allen con Soon-Yi fue popularmente aceptada porque ella ya era “técnicamente” mayor de edad (a pesar de que él le llevara casi 40 años) y porque después se casaron y siguen casados hasta la fecha. Durante su relación Farrow actuó en 13 películas del director. Es decir que él no era solo su pareja, también era su jefe y la amenazó diciendo que no volvería a trabajar en Estados Unidos. Luego de la acusación contra Allen, Mia Farrow no volvió a actuar en Hollywood hasta el 2006.
El mundo ha cambiado mucho desde 1992, especialmente después de que arrancara en el mismo Hollywood el movimiento #MeToo para denunciar a acosadores y abusadores sexuales. En gran medida, el #MeToo fue detonado por el reportaje de Ronan Farrow sobre los abusos de poder de Harvey Weinstein y la subsecuente ola de denuncias a otros abusadores poderosos. Aun así, la acusación contra Allen siguió teniendo un bajo perfil, hasta que Dylan Farrow, quien llevaba décadas sin aparecer de forma pública, hizo una columna para Los Angeles Times titulada “Why has the #MeToo revolution spared Woody Allen?” (“¿Por qué la revolución del #MeToo no ha tocado a Woody Allen?”). Farrow reclama: “No es solo el poder lo que permite a los hombres acusados de abuso sexual guardar sus carreras y sus secretos. También es nuestra elección colectiva ver situaciones simples como ‘complicadas’ y verdades obvias como una cuestión de ‘es imposible saberlo’. El sistema funcionó para Harvey Weinstein durante décadas. Todavía funciona para Woody Allen”.
Para los y las fans del trabajo de Allen era más cómodo pensar que Dylan Farrow era una “niña confundida” y Mia Farrow una expareja difícil, incluso a pesar de que el “amor” entre hombres viejos y chicas que rondan los 20 o 17 años sea un tema recurrente de sus películas. Se dice que Manhattan —donde el personaje interpretado por Allen, de 42, tiene un romance con una chica de 17— está basada en una relación del director con la actriz Stacey Nelkin, quien en ese momento era menor de edad. En su última película, Un día lluvioso en Nueva York, Allen insiste en su tropo favorito. Y en retrospectiva se puede ver cómo en su obra hay un persistente intento por normalizar estas desigualdades de poder y presentarlas como formas de amor. Se acabaron los tiempos en que podíamos disfrutar de los productos culturales sin cuestionar moralmente a sus autores y esto es algo bueno: nuestra comodidad como audiencias no puede seguir fundamentada en el silencio de las víctimas.