“Ébola: el virus que afecta a África”; “Crecimiento económico de países africanos afectados con ébola caería entre 3,0 y 3,5%”; “Precauciones cuando viaje a esos países”.
Sólo de estos tres titulares surgen varias consideraciones. ¿Cómo así que “esos” países? ¿Por qué nos referimos a África (siguiendo a Sarah Palin) como si fuera un país y, además, un país igual de pobre e igual de enfermo? ¿Qué hay en nuestro imaginario que nos hace pensar que, si se desata un virus, tenga que ser en un lugar como África?
La semana pasada estuvo en un canal de televisión el médico que trató a T.E. Duncan, el primer paciente diagnosticado con ébola en EE.UU. El médico calmó a la ciudadanía diciendo: “Aquí es posible controlar la epidemia porque tenemos las condiciones de salubridad; no como en esos países donde el agua es escasa”. Su discurso lo acompañaba el canal con imágenes de unos niños negros tratando de sacar agua de unos envases sucios. Se habló también de sus prehistóricos rituales, como despedir con besos al muerto.
Otros noticieros transmitieron la imagen de E.J. Sirleaf, presidenta de Liberia, afirmando que lo que hizo Duncan era imperdonable después de todo lo que había hecho EE.UU. por su país para combatir el ébola. Varios periodistas reaccionaron diciendo que entendían por qué el liberiano, recién fallecido, había mentido sobre su condición, pues escapaba de una muerte segura. Las imágenes de fondo eran las de médicos vestidos con esos trajes de astronautas examinando a un sierraleonés dentro de una choza a punto de desplomarse.
Desde el brote de la mal llamada “gripa porcina” los medios se han vuelto más conscientes de cómo se debe informar sobre una epidemia. Se da cuenta de los riesgos y precauciones, pero se evita infundir el pánico. En el caso del ébola volvemos a debates viejos con respecto a las representaciones, pero, en este caso, de nuestros prejuicios. En Colombia hay pobreza, mucha, pero no todo es pobreza. También hay “pasión”, pero somos más que un pueblo alegre y festivo. Y, claro, hay narcos, pero la expresión “a la colombiana” no nos hace justicia.