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LA SEMANA PASADA, EL PRIMER ministro japonés, Shinzo Abe, se llevó los titulares tras aprobar una reforma que autoriza a las empresas a no pagar horas extras.
Esta norma aplica para quienes quieran trabajar más de las 40 horas reglamentarias y ganen al menos US$90.000 al año (cerca de $230 millones de pesos), es decir, para los altos ejecutivos. ¿La razón? Reducir el número de japoneses que enferman o mueren a causa de su adicción al trabajo.
Quienes defienden el proyecto aseguran que se mejorará la productividad sin que sea necesario que los trabajadores pasen horas sentados en sus oficinas. Hasta ahora, a pesar de la obsesión de los nipones por el trabajo, las estadísticas muestran que su productividad es bastante baja. Además, se espera que se empiece a evaluar al personal en función de sus resultados y no según el tiempo que se queden en su lugar de trabajo.
En el fondo lo que la reforma busca es cambiar todo lo que esa conducta adictiva representa para la sociedad japonesa. Muchos de los trabajadores confesaron no pedir vacaciones pues sentían culpa cuando no estaban trabajando. En Colombia no somos adictos al trabajo pero sí a calentar silla. Algunos colombianos que tienen la opción de trabajar desde la casa prefieren emplear dos o más horas en transporte con tal de que el jefe los vea porque, la verdad, a los jefes les gusta verlos.
Centenar de estudios muestran que la flexibilidad laboral incrementa el rendimiento de los trabajadores, le ahorran gastos a la empresa, disminuyen el estrés, mejoran el ambiente y otros tantos beneficios. Pero nos encanta calentar silla; nada de resultados, pero ver y ser vistos. De cualquier forma, lo cierto es que si los japoneses están preocupadísimos por su productividad, a los colombianos nos tienen que alcanzar las neuronas al menos para intuir que ni siquiera el concepto lo conocemos.
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