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Esta semana los medios publicaron algunas noticias relacionadas con el último informe del Observatorio Laboral para la Educación.
En ellas se puede ver no solo la media de los salarios, sino las brechas salariales por género y por carrera. El estudio busca, entre otros, guiar a los recién egresados de bachillerato para la elección de una carrera. De hecho, según la página web, el sistema de información “brinda herramientas para la toma de decisiones en materia de política educativa en las líneas de calidad, cierre de brechas, innovación y pertinencia”.
La conclusión de uno de los artículos periodísticos, por ejemplo, es que “los geólogos y los médicos son los recién graduados con mejor sueldo”. Otro dato curioso es que los tecnólogos tienen un mejor salario de enganche que los programas universitarios. ¿Esto qué quiere decir? ¿Que todos los bachilleres deben apuntarle a esas carreras o que debemos replantear los bajos salarios de las otras? ¿Se está acaso sugiriendo que hay un mercado “productivo” más apetecible?
Recientemente surgió de nuevo el debate sobre el bajo salario y la poca preparación de los profesores. En efecto, las estadísticas del Observatorio corroboran que las llamadas “ciencias de la educación” están de penúltimas en el rango salarial. Sin embargo, ninguno de los análisis sugiere que esto sea un problema. Pareciera, por el contrario, estar desincentivando el estudio de estas carreras.
La semana pasada la filósofa Martha Nussbaum se refirió en Medellín al problema que acarrea una educación basada principalmente en la rentabilidad. Estas estadísticas del Observatorio son un ejemplo más del resultado de este tipo de educación en donde las cifras, sin estar mal, nos inducen a una pereza mental. Pues así como hay estadísticas evidentes por sí mismas, como lo son las de la inequidad entre hombres y mujeres, hay otras en las que el dato por sí solo no nos dice nada. O bueno, nos dice todo lo que podemos pedirle. Al final del día, nadie extraña lo que nunca ha tenido.
