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Colombianos humillados

Catalina Uribe Rincón

08 de octubre de 2022 - 12:30 a. m.

Esta semana circuló un video de W Radio que denuncia el llamado cuarto del rechazo. Las imágenes muestran unos espacios inhumanos en donde arrojan a los colombianos detenidos al llegar a México. Las detenciones, como lo expone el reportaje, son arbitrarias. Los funcionarios mexicanos humillan a los colombianos por “suscitar sospecha migratoria”. Los colombianos son tratados miserablemente, en lugares sin ventanas, sin ventilación y sin siquiera papel higiénico. Sin criterios transparentes ni un sistema de justicia, los mexicanos sospechan, juzgan y penalizan a las personas que creen que se quedarán en México o migrarán a Estados Unidos.

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Este reportaje hace evidente lo que llevan denunciando en redes desde hace más de un año: México está ejerciendo un control migratorio hostil, a veces criminal. El horror comienza desde la selección del sospechoso. Entre las historias que hemos oído están las de artistas con autorización de trabajo y familias con paquetes turísticos que son devueltos sin explicación. ¿Cómo se selecciona sin inteligencia alguna quién puede pasar y quién no? La respuesta más obvia para la lotería es “el factor güero” (güero es la forma de llamar en México a las personas blancas o rubias). Cuando se habla del factor güero se reconoce que los prejuicios de raza y clase son de los más influyentes.

Pero no es sólo el prejuicio lo que se denuncia, también lo es el trato denigrante que reciben los colombianos. Al ser juzgados sospechosos, somos inmediatamente juzgados culpables y castigados. El “castigo” es ser despojados de nuestros derechos, propiedades, comunicación y lanzados a una suerte de prisión que las autoridades mexicanas llaman cínicamente “sala de espera”. La respuesta de las autoridades es usualmente la misma: el país está en la potestad de inadmitir a extranjeros si hay sospecha. Pero hay un error grave ahí. La potestad no da licencia para maltratos.

El permanente estigma y rechazo al que nos vemos sometidos hace que los colombianos hayamos aprendido a performar ciudadanía. Es decir, a actuar para que nos reconozcan como “ciudadanos de bien”. Algunos intentan vestirse más “a la moda” en los aeropuertos, otros hacen alarde de sus visas y dobles ciudadanías, y otros caminan con seguridad para que de pronto su autoconfianza o los sellitos en el pasaporte los protejan del odio y la discriminación. La idea es convencer a los funcionarios de migración de que nos traten como se debe tratar a cualquier persona, respetándole sus derechos básicos y no criminalizándola por prejuicios.

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La migración siempre ha existido. Las principales razones históricas para migrar siguen siendo las mismas: pobreza, inseguridad y búsqueda de mejores oportunidades. El problema no es sólo México ni los prejuicios de los agentes migratorios alrededor del mundo. También es un problema que hemos ido aceptando el discurso que eleva una transgresión administrativa a un crimen humano. Tratar a los que se “van por el hueco” como si fueran delincuentes de primera categoría es una desproporción del juicio. Y además culparlos por los tratos que reciben está mal. El maltrato, la humillación y el daño no se buscan, se imponen. No podemos caer en otra variedad de “la violaron porque se lo buscó”.

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Así como por fin estamos empezando a replantear el tan obsoleto discurso de la guerra contra las drogas, es necesario que cambiemos el también perverso discurso de los “migrantes ilegales”. Los que se mueven entre países buscan un futuro mejor. Quienes lograron migrar legalmente no son mejores personas que los otros, simplemente tuvieron más privilegios o más suerte. Los países tienen soberanía sobre su territorio, pero los derechos de los países no son irrestrictos. Una cosa es que puedan abusar porque no hay quien los detenga y otra muy diferente que tengan derecho a hacer daño.

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