Ya van 11 cadáveres encontrados en bolsas de basura en Bogotá. El pasado 26 de abril se encontró el undécimo en la localidad de Los Mártires. Los reportes de los medios y de las autoridades señalaron insistentemente que el último cuerpo, si bien tenía heridas de arma blanca, estaba completo. La narrativa sobre el cuerpo entero, sobre los miembros pegados al dorso, buscaba bajarle decibeles a lo macabro. Las redes han venido hablando de supuestas “casas de pique”. Con su énfasis en el cuerpo entero, las autoridades buscaban enfatizar que se trataba de un asesinato común y corriente. Pero, desmembrados o no, no hay nada corriente en cuerpos dispuestos por la ciudad. En un asesinato corriente el perpetrador busca deshacerse de la evidencia, no desplegarla. Los cadáveres arrojados en bolsas son mensajes.
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Ya van 11 cadáveres encontrados en bolsas de basura en Bogotá. El pasado 26 de abril se encontró el undécimo en la localidad de Los Mártires. Los reportes de los medios y de las autoridades señalaron insistentemente que el último cuerpo, si bien tenía heridas de arma blanca, estaba completo. La narrativa sobre el cuerpo entero, sobre los miembros pegados al dorso, buscaba bajarle decibeles a lo macabro. Las redes han venido hablando de supuestas “casas de pique”. Con su énfasis en el cuerpo entero, las autoridades buscaban enfatizar que se trataba de un asesinato común y corriente. Pero, desmembrados o no, no hay nada corriente en cuerpos dispuestos por la ciudad. En un asesinato corriente el perpetrador busca deshacerse de la evidencia, no desplegarla. Los cadáveres arrojados en bolsas son mensajes.
La conclusión parcial de la policía es que los muertos en bolsa son consecuencia de disputas entre las bandas del narcotráfico. Ya sabíamos que a mafias, gánsteres y terroristas les interesa comunicar el terror como una forma misma de ejercerlo. Los narcos y carteles con sus linchamientos buscan publicitarse. El especialista en comunicación Robert G. Picard, en un ensayo de ya hace más de 20 años, explica por qué los terroristas buscan que sus actos se mediaticen. Según Picard, el terror materializado y, sobre todo, el eco que se le da en medios pretende “conseguir publicidad; conquistar legitimidad, estatus y consenso; eliminar a los oponentes; desencadenar un efecto de contagio para inducir a otros individuos o grupos a asociarse, y forzar a las autoridades a negociar”.
Uno de los datos curiosos que se cuenta en el Museo de la Mafia de Las Vegas es que el crimen organizado y las bandas callejeras han asesinado a la misma cantidad de gente que todas las guerras del siglo XXI. Colombia convive desde hace mucho con carteles y violencia callejera que contribuyen escabrosamente con estas estadísticas. Todas estas muertes se siguen analizando, sobre todo, en términos económicos por la asociación con el tráfico de drogas o en términos de orden por parte de las autoridades: “La policía ya capturó a algunos de los implicados”. Sin embargo, existe un tema crucial y es el político: quién consigue qué, cómo y dónde. Los narcos buscan permanentemente avanzar sus intereses dentro de la sociedad y el Estado. Para esto necesitan poder y comunicación de ese poder.
No sería posible la existencia de actos terroristas sin alguna forma de visibilidad mediática. Esta visibilidad tiene dos actores fundamentales: los medios y las autoridades locales. Los primeros, al buscar impacto y clics; los segundos, por su afán de presentar resultados. En ambos casos, quizá inevitablemente, hacen eco al poder del asesino. Medios y autoridades les cuentan a los que están prestando atención: tu obediencia o tu vida. No es cualquiera el que cae, ni a cualquiera al que se le manda el mensaje. Pero a todos se nos advierte: ojo, esta calle es mía, esta ley es mía y el orden soy yo. Las “corbatas colombianas” (sacarles la lengua a los cadáveres por el cuello) fueron la innovación comunicativa de los Chulavitas durante la Violencia y la popularizaron los carteles en los 80. Al parecer, los narcos son hoy más minimalistas en su estilo aunque no en su intensidad.