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La pandemia nos dio varias lecciones sobre comunicación. Entre ellas, que el lenguaje científico es siempre contingente. Queríamos certezas, pero nos tocó conformarnos con imprevistos y porcentajes. Supimos que la Pfizer tenía una eficacia del 94,1 %; la AstraZeneca, 76 %; la Sinovac, solo del 50,7 %, pero tenía menores efectos secundarios. La Moderna traía malestares, pero nunca más que el virus “al natural”. Aprendimos también que para comunicar ciencia había que evitar los “dos lados de la noticia”. El “vacunarse o no vacunarse” era casi tan desinformativo como decir que las vacunas venían con chip. En cualquier caso, se hizo vital saber cómo presentar las cifras.
De la comunicación de ciencia aprendimos mucho durante la pandemia, pero sobre todo nos dimos cuenta de la importancia de la preparación cuidadosa de la audiencia en asuntos que tienden a producir miedo colectivo. Algo que en una primera lectura suena obvio, pero cuando miramos los casos concretos de la pandemia no lo es tanto. Recordemos, por ejemplo, lo violento y radical que fue el movimiento antivacunas en Estados Unidos. En Colombia, por el contrario, hasta personajes impredecibles y llevados de su parecer como Rodolfo Hernández prefirieron llenarse de vacunas antes que lo contrario.
Las discusiones de porcentajes, ARN mensajero y demás se dieron porque había en Colombia un público ya dispuesto a la discusión. Sin conocer los detalles, las instituciones ya nos habían familiarizado con las vacunas. La cultura médica permitió un debate público calmado e informado. Y aunque la ejecución del Gobierno nacional y de los gobiernos locales no fue perfecta, vimos cómo el pacto colectivo hizo posible la coordinación de las agencias del Estado. Durante la pandemia nada fue color de rosa, pero evitar la politización de la vacunación fue una luz de esperanza en medio de un periodo oscuro y desolador.
De Petro se dice que su ejecución rara vez le da la talla a su discurso. Sin embargo, la comunicación de la reforma a la salud ha sido tan garrafal que ha puesto en duda también la capacidad de movilización colectiva del presidente y su Gobierno. Basta señalar lo principal: nunca nos comunicaron efectivamente su necesidad. Sabíamos que una parte de la población estaba totalmente abandonada por el Estado. Sabíamos que debíamos protegerlos. Lo que no sabíamos es que había que implosionar el sistema de salud para hacerlo. Quizá esto sea cierto, pero no lo sabíamos. Al día de hoy no se han tomado la molestia de decirnos por qué. Algo que deben hacer, sobra decir, si quieren tener el consentimiento de la ciudadanía.
No es un mero acto de cortesía convencer a la opinión pública. Para que la nación “estire el brazo y reciba la vacuna”, hay que comenzar a persuadir sobre los fundamentos. Quizá estemos muy acostumbrados a pensar en porcentajes y mejoras individuales. Quizá el Pacto Histórico nos esté presionando a pensar en términos distintos y valga la pena esa presión. La reforma está codificada en un lenguaje distinto, con valores distintos y con un proyecto de país distinto. Pero no hay atajos en la deliberación pública. No es optativo saltarse la discusión de los principios que guían la reforma, pues claramente el asunto no es sólo técnico.
