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Peter Buttigieg quedó en los primeros puestos de las primarias demócratas en Iowa (EE. UU.). El precandidato está haciendo historia porque es abiertamente gay, pero, sobre todo, porque ha moldeado su campaña enfatizando su homosexualidad y mostrando orgullosamente su anillo de casado. Paradójicamente, ha sido la comunidad LGBT+ una de sus mayores críticas. Se le acusa de no ser “suficientemente gay”, de tener maneras y comportamientos no tan acordes con su “gaydad” (lo que sea que eso signifique), de haber traicionado su “queerness” al casarse, de que sus propuestas políticas son muy moderadas para un homosexual y de lograr popularidad porque se lleva bien con los heterosexuales. ¿Por qué llevarse bien con heterosexuales haría a un homosexual menos homosexual?
El control sobre la identidad de Buttigieg me hizo pensar en Shakira. Después de su aclamada presentación en el Super Bowl, como suele pasar con la barranquillera, salió el ya tradicional grupo de colombianos a evaluar, entre otras cosas, qué tan colombiana es la cantante. “¿Por qué tiene acento español?”, “¿por qué tiene acento argentino?”, “¿por qué canta en inglés?”. Y así, como si fueran los dueños de la identidad colombiana, concluyen: “Shakira definitivamente no es 100 % colombiana”. ¿Pero acaso cómo no va a ser Shakira, que nació y creció en Barranquilla, 100 % colombiana? Seguro será algo de española también. Y, a estas alturas, seguro será 100 % barcelonesa. Y con todas esas giras, algún porcentaje de habitante de jet. ¿Por qué no puede ser una cosa y las otras también?
Recordemos además lo que tuvieron que vivir los Obama porque los negros de Estados Unidos creían que ellos no eran “suficientemente negros”. Se les criticó por hablar como blancos, por vestirse como blancos y por arreglarse el pelo como lo hacen los blancos. Hoy Michelle Obama lleva el pelo crespo. El estilo del pelo, que debería ser tan insignificante, tiene una simbología enorme en la identidad negra y ha sido razón de gran discriminación. No es un asunto banal cómo se vestían los Obama, pero de ahí a decir que no son lo suficientemente negros ya es la tapa del cinismo. Fue por el color de piel de Barack que el ahora rojizo presidente Trump se inventó que el expresidente no era estadounidense, que venía de África, que no podía gobernar una nación de blancos.
Esto no quiere decir que no haya formas de reivindicar la identidad a través de comportamientos. El año pasado, por ejemplo, la periodista Mábel Lara decidió no volverse a alisar el pelo precisamente para abrir un mundo de posibilidades a las mujeres que tienen el pelo crespo y también para empezar a eliminar los prejuicios de clase y raza. El punto no es evitar lo que hizo Lara, sino darle la posibilidad a cada uno para elegir. Es reivindicar la diversidad en su multiplicidad de posibilidades y no en restringir los comportamientos según los grupos de identidades. Es poder pensar un mundo en el que Buttigieg pueda usar sus camisas almidonadas, Lara pueda usar su pelo crespo y cambiarlo a liso cuando quiera, y Shakira pueda hablar con el acento que tenga pegado ese día. Hay un espacio de crítica, de teoría, de construcción y deconstrucción, pero también hay un espacio de vida.
