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Cuando la ciencia y la educación estorban

Catalina Uribe Rincón

15 de marzo de 2025 - 12:05 a. m.

La semana pasada, el gobierno de Trump arrestó a Mahmoud Khalil, estudiante palestino de la Universidad de Columbia, a quien, a pesar de ser residente legal, consideró un instigador del terrorismo. La Casa Blanca afirmó que Khalil utilizó propaganda pro-Hamas durante las protestas que lideró en el campus. Su deportación ocurrió días después de que casi 1.600 personas fueran indultadas por su participación en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.

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Los discursos contradictorios sobre la libertad de expresión han dejado claro que la administración Trump no se rige bajo principios, sino que favorece a unos y castiga a otros según sus intereses. No se trata de leyes ni de interpretar la abstracción de un derecho fundamental. Se trata de definir qué tipo de destrucción es válida según la agenda del poder: está permitido ser racista en X, vandalizar propiedad pública, apoyar a Netanyahu, o ejercer violencia en protestas contra el aborto. Para todo lo demás hay un mayor escrutinio.

Pero la libertad de expresión no es la única víctima de la temporada despótica que vivimos. La libertad para ampliar el conocimiento, para la ciencia, también está cayendo víctima. Desde que Trump decidió cortar la USAID con mensajes que oscilan entre lo repulsivo y lo grotesco, otros han seguido su ejemplo como borregos. Por ejemplo, Milei, en su afán de mostrarse más “cool” y de derecha, repite que la ayuda internacional es dañina y que el verdadero peligro global son las personas trans. Es decir, no la crisis climática, ni las crisis de la democracia, ni la violencia. No. Las personas trans. Sin comentarios.

Ahora, Vicky Dávila, en su búsqueda por adoptar un discurso que no sea simplemente anti-Petro, anti-Santos o anti-algo, ha decidido alinearse con la retórica de estos machos de la política. La semana pasada, respaldó los cuestionamientos de Trump a la USAID, asociando su ayuda –mucha de ella destinada a la ciencia– con “la izquierda”. Líos de derecha, dirán algunos. Pero no. Ahora la izquierda también desconfía de esta ciencia y de la libertad para investigar. Al final, tanto discurso y terminan en lo mismo.

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Desde que Petro llegó al poder, ha tratado con desdén a la educación, empezando por el ministro que nombró, quien no muestra interés ni por su propia formación ni por el futuro de quienes lograron estudiar gracias al Icetex. El presidente colombiano rechaza cualquier investigación que no respalde su proyecto político y recurre a frases de cajón, sacadas de contexto, para alimentar su discurso antiélite, estigmatizando a las instituciones privadas de educación superior, que representan casi el 70 % del total. Al mismo tiempo, ha dejado en desidia al Ministerio de Ciencias, incapaz de liderar ecosistemas de investigación en el país, limitando aún más el desarrollo del conocimiento. Así, refuerza el mismo discurso antiuniversidad, antieducación y antiintelectual de la ultraderecha.

Someter el conocimiento a los caprichos de los gobernantes es peligroso. No es solo la Iglesia condenando a Galileo o el Imperio Otomano prohibiendo la imprenta. Ocurrió cuando Thabo Mbeki negó la evidencia sobre el VIH, causando más de 300.000 muertes evitables, cuando Bush restringió la investigación con células madre, frenando avances médicos, o cuando China censuró a Li Wenliang por alertar sobre el coronavirus. La libertad de educar, investigar y crear no es un privilegio de élites, sino la base de sociedades justas y democráticas, hoy amenazada por demagogos desde todos los frentes.

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