El miércoles pasado, en una variedad de inercia, mientras leía noticias, terminé autotorturándome con la audiencia de imputación de cargos a Carlos Suárez Ortiz por el asesinato del estudiante Jaime Esteban Moreno. Pasé del suplicio de leer correos escritos por ChatGPT, todos llenos de conectores artificiales y uso de verbos rimbombantes, al martirio del lenguaje jurídico. De “elevar solicitudes” a “manifestar o proceder a título de, toda vez que”.
Por momentos era imposible no disociarse. Primero, la distancia que producen los pequeños recuadros de Zoom. En uno, con una variedad de ángulo contrapicado, el “imputado” se vio petrificado durante las casi cuatro horas que duró la audiencia. En otro, uno de los abogados tenía un fondo virtual minimalista de estilo escandinavo, de esos que pretenden dar una sensación de calma y funcionalidad, y que contrastaba irónicamente con la inoperancia que representaba el evento.
Lo más absurdo era la fiscal Heidy Milena Ruiz Sánchez, a la que solo se le veía el pelo y parte de su frente. En un momento se enredó explicando “la circunstancia agravante de motivo abyecto o fútil y la de mayor punibilidad”, dándole vueltas a las definiciones al mejor estilo de la RAE: “Se le informó al señor Juan Carlos Suárez indicándole que abyecto es aquello que es despreciable y es vil en extremo, y que fútil es aquello que carece de aprecio e importancia, y que para este caso se le aplica esta circunstancia… porque esta acción se identifica con este motivo fútil”.
Después de la intervención, el juez le volvió a reiterar su pregunta por el móvil de la acción, pues no se entendía nada. La fiscal estuvo en silencio y volvió a trastabillar otro rato. Al final, el juez la regañó y pidió un receso de diez minutos para que ordenara sus ideas. Después me enteré por medios que a la fiscal la habían sustituido o “removido”, como leí en un titular.
Esta audiencia, en medio de sus tecnicismos, su inoperancia y su falta de preparación, nos hizo olvidar el crimen. Pero, sobre todo, nos mostró cómo hemos olvidado de qué se tratan la ley y la justicia. Lo que pasó en la noche de Halloween dejó muchas vidas truncadas. Y al ver cuatro horas de imputación de cargos, ni siquiera era posible entender con claridad qué se le imputaba.
Estamos en una coyuntura mundial en la que se nos repite que no hace falta saber, que los expertos estorban, que el conocimiento es un privilegio reprochable. Se celebra la improvisación como autenticidad y se mira con recelo cualquier forma de excelencia, como si aspirar a hacer bien las cosas fuera un gesto de soberbia. Pero la excelencia también es moral: es la búsqueda permanente del bien, de lo justo en cada caso concreto, y exige comprender qué se imputa, cuál es el riesgo, la crueldad y la gravedad de un crimen como este. Es cierto que la justicia es dura, parcial y a veces ciega a las singularidades de cada vida, pero también es luz, orientación, posibilidad de sentido. La justicia, y su expresión en la ley, traza un camino; nos recuerda cómo vivir. Cuando se reduce a un trámite mecánico, sin intención ni seriedad, la vida que ya se perdió vuelve a perderse, ahora diluida en la indiferencia de la burocracia oficial. (Mis pensamientos están con la familia de Jaime Esteban Moreno).