Las encuestas invaden nuestros medios a diario.
Y no me refiero únicamente a los sondeos que se encargan a reconocidas firmas para analizar aspectos específicos de coyuntura política; me refiero también a las “encuestas” que asiduamente publican los medios y que son hechas por ellos mismos sin ningún tipo de rigor estadístico.
Constantemente nos encontramos con noticieros, periódicos y emisoras que instan a responder preguntas del estilo: ¿Está de acuerdo con la destitución de Petro? ¿Considera que la edad de jubilación debería ser mayor? ¿Cree que Falcao debería jugar el Mundial? El resultado se muestra en gráficas de pastel con porcentajes y colores que lo hacen ver muy representativo. Aunque hay casos, como me lo confesó un amigo periodista, en los que el sondeo se hace entre los mismos miembros de la sala de redacción.
Que se presenten estos sondeos no es en sí problemático. El problema radica en que los datos se están asumiendo como ciertos porque tienen pinta de ser “serios”. Cualquier pequeña tabla se asume como verdad y conduce a cambios en política. Hay, además, muchos casos en los que las preguntas se encuentran viciadas de antemano, incluso cuando las metodologías son rigurosas. Un ejemplo son las preguntas relacionadas con cuestiones morales. Muy pocas personas están dispuestas a confesar que abortaron o que eventualmente lo harían.
Y, al parecer, de este problema se dio cuenta la iglesia católica. Tal vez su última encuesta no reflejó los índices estimados o se dieron cuenta de los vicios que hay en este tipo de pregunta. Muy hábiles como siempre, encontraron la solución: quienes confiesen antes del 5 de junio el pecado del aborto, tendrán la posibilidad de ser absueltos. Es la encuesta perfecta: una fecha límite y una respuesta mucho más certera con incentivos espirituales. ¿Será esta la única manera de aproximarnos a este tipo de preguntas? ¿O más bien va siendo hora de que dejemos de publicar pseudodatos?
