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Disney se empezó a quedar sin amigos

Catalina Uribe Rincón

23 de abril de 2022 - 12:30 a. m.

El periodista Brooks Barnes, de The New York Times, escribió recientemente sobre el uso del entretenimiento como activismo. Para su artículo analizó lo que está sucediendo actualmente con Disney y los choques culturales que está teniendo con grupos de distintas ideologías políticas. El problema está en que Disney, en su apuesta de llegarles a “todas las audiencias” produciendo contenido para “toda la familia”, sintió por mucho tiempo que una toma más explícita de posturas políticas simplemente no era con ellos. Claro, no tomar posición es legitimar la posición dominante y sus películas de princesas pasivas y de amor eterno a “primer beso”, vistas, además, desde una perspectiva colonial, ayudaron a cimentar esos imaginarios.

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Pero los cambios del mundo actual ya no permiten que empresas como Disney se queden vendiendo un mundo lleno de princesas y príncipes salvadores. De hecho, Robert Iger, el último director ejecutivo del conglomerado, hizo esfuerzos más explícitos, aunque no suficientes, por ir cambiando ese “ideal de Disney” en sus temáticas. Películas como Frozen, Raya y el último dragón o Encanto, entre otras, han incluido personajes diversos o personajes femeninos que tienen agencia. Sin embargo, siguen lloviendo críticas porque hoy no existe un personaje explícitamente LGBTI+ o por seguir reproduciendo estructuras de poder en vez de revertirlas. En otras palabras, han ido cuidadosamente detrás de los cambios del statu quo tratando de esconder sus cambios en lo que ya para muchos no es novedad.

El esfuerzo no les ha funcionado del todo y sus detractores más fuertes aparecieron recientemente en un momento en el que callar frente a tratos crueles, violentos y discriminatorios es más inaceptable que nunca. Como lo recoge el artículo de The New York Times, hubo tres situaciones particulares que los pusieron en aprietos. La primera ocurrió el año pasado cuando Disney decidió reconocer la neutralidad de género en sus anuncios reemplazando “Damas y caballeros, niños y niñas” por “Soñadores de todas las edades”. La segunda, cuando, después de intentar mantenerse al margen de la ley discriminatoria de la Florida apodada “No digas gay”, decidieron denunciarla. Y la tercera, al exigir el carné de vacunación. Primero los progresistas atacaron su falta de compromiso por considerar sus medidas tardías y después los conservadores los atacaron por sus posturas liberales.

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Esa falta de compromiso está dejando a Disney sin amigos. Como lo puso Barnes: “En su intento de no ofender a nadie, al parecer, Disney perdió a todo el mundo”. Lo que ocurre con Disney tiene muchas similitudes con lo que sucedió recientemente con la soprano rusa Anna Netrebko. La artista, quien es considerada por la crítica como una de las mejores cantantes de ópera del mundo, fue vetada por dos temporadas o más para cantar en la Metropolitan Opera (MET) de Nueva York. La razón: no quiso condenar públicamente a Putin. Aunque Netrebko declaró que se oponía a la agresión a Ucrania, los de la MET consideraron que su postura no era contundente y por esta razón la reemplazaron por la soprano ucraniana Liudmyla Monastyrska.

Por un tiempo largo las batallas políticas se configuraron dentro de mecanismos institucionales o protestas públicas en donde los ciudadanos le pedían al Estado que ampliara la ley y los protegiera. Hoy las luchas son en parte con los Estados, pero sobre todo con la cultura. Somos cada vez más las personas que queremos que lo que está en el papel se haga realidad. En otras palabras, queremos que todas las personas sean consideradas día tras día sujetos de derecho y que su vida, su individualidad y su libertad sean cuidadas y respetadas. Por eso el entretenimiento y las artes cobran cada vez más relevancia en las luchas políticas.

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Hay gente que dice que el ambiente es hoy hostil. Pero qué va a hacer Disney, ¿alienar a las niñas que quieren ser superhéroes, a los niños que se quieren vestir de Elsa, a aquellos que están expresando su género? No hay que ser progresista para tener un mínimo de empatía.

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