Las pasadas marchas han suscitado distintos debates sobre lo que debe ser el presente y el futuro de la educación pública en Colombia. Pero, tristemente, y como suele ocurrir con este tema, la discusión se politizó vergonzosamente. Digo vergonzosamente porque, aunque es claro que la educación es política, es ridículo que se promueva un discurso que asocie a la izquierda con la educación y a la derecha con la antieducación. Es preocupante que se crea que un gobierno de derecha, por naturaleza, no debe intervenir en educación pública porque este es supuestamente “un tema de la izquierda”.
Pero aún más alarmantes fueron las reacciones a una propuesta de la senadora Paloma Valencia que sugiere que todos los egresados de universidad pública, voluntariamente, donen un 20 % de su salario a sus antiguas instituciones educativas. El debate ya no es solo entre izquierda y derecha, sino entre egresados de universidad pública y egresados de universidad privada. Entre quienes deberían pagar y quienes no. Entre los que tienen los recursos para hacerlo y son privilegiados, y quienes a duras penas pueden pagar sus préstamos educativos.
Este debate, más que indignante, es triste. ¿Qué tipo de sociedad es aquella que cree que los asuntos sociales son únicamente el problema de los directamente afectados? ¿Sería justo, por ejemplo, sugerir una tarifa adicional a las personas en situación de discapacidad por el mero hecho de destinar recursos públicos para darles una vida digna? ¿Queremos un país tan individualista en donde cada quien pague únicamente por lo que le beneficie o le importe?
Es hora de cambiar el discurso frente a la educación en general y volverla un asunto colectivo. Ni la educación pública es asunto de la izquierda ni hay que satanizar a la educación privada. Todos deberíamos reconocer nuestros privilegios y estar abogando por una mejor educación pública de calidad. Pero sobre todo hay que recordar que la educación no es únicamente títulos universitarios con profesionales en áreas específicas. La buena educación brinda la posibilidad de tener una vida sensata, de ser mejor ciudadano y, principalmente, de desarrollar el criterio.