Cuando era niña tenía un libro de fábulas de Esopo. Recuerdo nítidamente una fábula que se llamaba “El criado negro”. Siempre me impactó ese pequeño relato, empezando por el dibujo que lo acompañaba. Debajo del título aparecía un joven blanco de cara estirada vestido con una especie de sudadera gris. Este joven llevaba del brazo a otro joven negro, vestido de harapos y en una posición que emulaba a un simio. En el medio del cuadro había una pileta con jabón y cepillo al lado de un señor con chaleco azul y cara de jefe apuntando con el dedo y ordenando que el joven negro fuera puesto en el agua.
En la edición que tenía de esta fábula (estas difieren) se trataba de un señor rico al que le llevaban un esclavo negro para que trabajara en sus propiedades. Como el señor blanco no había visto nunca a un negro, decidía bañarlo y restregarlo por horas hasta que le ocasionaba una neumonía que lo mataba. La historia me marcó por lo cruel. Más grande entendí que mi trauma obedecía no solo a la muerte sino al racismo de la historia. Alguien una vez me dijo que el texto no era racista, que una de las teorías históricas sobre el autor argumenta que el mismo Esopo era negro nacido en Etiopía y esclavo, y que precisamente buscaba denunciar asuntos de su vida. No sé cuál habrá sido la versión de la fábula más parecida a la original. Lo que sí sé es que varias de las ediciones para niños de la fábula mostraban a un negro con rasgos del maquillaje blackface.
La moraleja de mi libro decía: “Sólo la ignorancia puede hacernos intentar semejantes disparates”. Otra variación que encontré en internet la formula así: “No podemos atentar contra lo que la naturaleza ha creado, ni tratar de cambiarlo”. Recordé la fábula y sus moralejas esta semana cuando el activista cristiano Jonathan Steven Silva Mocetón recusó a Mauricio Toro por tramitar un proyecto que busca erradicar las “terapias” de conversión, procedimientos crueles con los que se tortura, mutila y viola a la comunidad LGBTI+. Según el cristiano, una persona LGBTI+ no puede abogar por su comunidad porque incurre en conflictos de intereses. Una razón absurda, que no merece discusión.
Más interesante me pareció que en las discusiones en redes sociales sobre el tema algunos hablaron de “la ignorancia que tienen de la Biblia algunos cristianos”, de “las malinterpretaciones que conducen a la homofobia”. Otros se refirieron a la falta de empatía de aquellos que no entienden que los LGBTI+ “no eligen su orientación sexual”, “es algo que no depende de elles”. Argumentos bien intencionados que van en la línea de la moraleja de la fábula. Por ignorancia se restregó indiscriminadamente al esclavo y aprendamos que hay cosas que no podemos cambiar.
Pero no es la ignorancia la que causa comportamientos crueles como el del baño o las torturas a la comunidad LGBTI+ por parte de grupos homofóbicos. El problema sigue siendo el odio indiscriminado que lleva a esa crueldad. Llevamos tan solo 10 días del mes del Orgullo Gay y asesinaron en Bogotá al líder LGBTI+ Óscar Parada y en el mismo Congreso, ese que debe velar por los ciudadanos, se utilizó un mecanismo leguleyo para discriminar. Eso, sin contar que un pastor estadounidense afirmó que los gais deberían desaparecer y por ello habría que alinearlos y asesinarlos. Sin duda, hay una parte de la vida que podemos rescatar con educación. Pero hay otra que es difícil desligar de la vocación de daño, del placer que les produce a algunos odiar.