En estos días surgió de nuevo la polémica por la construcción del cerro del Santísimo en el Ecoparque de Santander.
La obra, que ya está avanzada en un 70 por ciento, sigue siendo cuestionada por su costo de $45.000 millones. Mientras muchos argumentan que es irresponsable gastar dicho dinero en la estatua de 33 metros de alto, otros creen que fomentará el turismo y atraerá inversionistas a la región. Pero ¿qué hay detrás del Cristo cuya estructura metálica es hecha a prueba de balas?
Algunos estudiosos del discurso visual han concluido que los grandes monumentos se construyen por dos razones: para llamar la atención del espectador y para producir emociones específicas. No en vano, tras la Segunda Guerra predominó en los territorios aliados la construcción de grandes edificaciones que buscaban mostrar una “recuperación” de la economía y evocar un poder simbólico. Pero para que un ícono genere el efecto deseado debe existir cierta predisposición en las actitudes y creencias del espectador. ¿Qué mejor entonces que apuntarle a la figura de Jesucristo redentor?
Varias de las críticas al Santísimo tienen que ver con asuntos espirituales. Muchos grupos consideran que un estado secular no debe exaltar estructuras que aludan a una religión específica. Y no se equivocan. Que ciertas catedrales fueran construidas por la Iglesia católica con torres altas para ser el centro de la ciudad, o con fachadas imponentes para exaltar su poder, es distinto a que un departamento utilice los recursos de las regalías en el ícono del Vaticano.
Sin embargo, los Aguilar no son bobos y saben del gran fervor católico de los colombianos. Por ello, mientras Hugo cumple su condena por parapolítica, sus hijos Nerthink y Richard les apuestan a obras que no sirven pero que distraen. No en vano hoy en día varios paisas recuerdan a Pablo Escobar no como un gran asesino, sino como aquel gran hombre que les construyó iglesias y canchas de fútbol.