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Hace unos meses escribí en Las2orillas.com sobre el “efecto Gerlein”.
Lo llamé así porque se asemeja mucho al reconocido “efecto Barbra Streisand”, que alude al fenómeno en el cual cuanto alguien más quiere evitar que un acontecimiento se haga público, más curiosidad genera en la audiencia. Cuando la actriz quiso evitar que una foto de su mansión en Malibú fuera divulgada, más difundida era la imagen.
Con Gerlein pasó lo mismo. Después de decir que el sexo entre parejas de hombres era “sexo excremental” su popularidad se disparó. Jóvenes que jamás habían oído hablar del eterno senador ahora lo tienen en su radar (para bien o para mal). El senador entendió que los temas de sexo venden, y más aún si se trata de “sexo prohibido”, como alega que es el homosexual. Muchos medios, con la entendible intención de reprochar semejante alusión, terminaron por hacerle propaganda. Incluso él mismo instó a que lo llamaran más a menudo. Entendió el poder del efecto que lleva su nombre.
En la última semana, con el panorama electoral latente, el efecto Gerlein ha vuelto a relucir. El lunes pasado una de las noticias más leídas en ElTiempo.com hablaba sobre Marco Fidel Ramírez, otro político obsesionado con los gays, quien criticó el video de Shakira y Rihanna porque “incitaba al lesbianismo” (¡!). Las propagandas de campaña que las personas más han denunciado en redes sociales —y, por lo mismo, comentado— son las de José Darío Salazar y María Fernanda Cabal: las dos de carácter homofóbico.
Ahora bien, ¿es de verdad importante que un concejal fanático insista en su cuenta de Twitter en que se vete un video por su contenido erótico? ¿Es el destino de los homosexuales ser comidilla de políticos? ¿Realmente vale la pena caer en el juego sensacionalista de hacerles propaganda gratuita a ciertos personajes que están lejos de merecerla?
